Recuerdo una de las temporadas en que fui al psicólogo. ¿O era al psiquiatra? En fin, qué más da. Fui a psicólogos y psiquiatras diferentes en distintas etapas de mi vida, pero me acuerdo de una especialmente, de una doctora quiero decir: morena, de piel blanca, con pequitas y ojos azules.
Calculé que tendría unos veinticuatro años (yo tenía por aquel entonces veintisiete si no recuerdo mal). No tenía mucha delantera, pero el trasero estaba muy bien puesto, como a mí me gustan. De cara no era muy agraciada pero ya sabemos cómo funciona el poder de la mente y la imaginación en determinadas ocasiones, el mito porno-erótico de doctora y paciente, y si la doctora es una niñita más joven que tú y con la que te podrías llevar bien, o mal, mejor que mejor. Recuerdo haberme masturbado pensando en ella varias veces después de aquello. Al margen de eso la terapia fue un fracaso total. ¿Cómo va a meterse en mi mente e intentar arreglar algo una chiquilla de bien que le han pagado la carrera sus padres y ha conseguido un trabajo por enchufe en una clínica con un buen sueldo y sin haber pasado nunca hambre ni síndrome de abstinencia, ni haberse peleado y sin haber estado detenida siquiera? ¿Cómo va a meterse en mi mente e intentar arreglar algo alguien?
El caso es que fui a verla unas tres o cuatro veces, y es el primer médico que me deja plantado a mí, y a media terapia. Un día me llamaron de la clínica diciendo que Raquel estaba enferma y que mi cita se tenía que cancelar. Les pedí una nueva cita y me dijeron que me llamarían ellos para ponerse en contacto conmigo cuando Raquel volviera para darme hora.
¿A ti te han llamado? Pues eso. Solo espero que no se hubiera muerto de aquella extraña «enfermedad». Tenía un buen trasero.