ÁNGELES, SERPIENTES, HOMBRES Y TÍTERES

Una energía que resucita a los difuntos, una energía que da vida a todo lo muerto: fuerza creadora, madre de todas las cosas; frecuencias reanimadoras, el desfibrilador de la naturaleza.

La medicina de los cielos que se mete en el cuerpo de los mortales para recordarles que son mortales y a su vez inmortales.

Cuerpos que pueden perecer y almas eternas, el trato de Dios con el Diablo, uno entrega cuerpos y el otro los mete de nuevo en la rueda para que siga habiendo cuerpos y para que siga girando la rueda, trabajan en comunión. Al salir de la rueda se trasciende la muerte, o al salir de la muerte se trasciende la rueda, ninguna de las dos existe, ninguna es real.

A los titiriteros se les rompen las cuerdas de los muñecos y los títeres se salen del escenario, descubren que tienen vida propia fuera de cuerdas que les aten, descubren que están despiertos y que ya nadie habla por ellos, ahora dicen lo que quieren, pero no quieren decir nada, así que callan y contemplan la belleza de fuera del teatro. No podrían decir nada aunque quisieran, están abrumados por tanta hermosura. Se dan cuenta de que nunca han vivido, se dan cuenta de lo absurdo que es todo y echan a reír. Ríen como nunca antes han reído, ríen con risa de loco que sale del corazón, y lloran, lloran de tanto reír, y se ahogan, se ahogan de tanto llorar. Ríen más que lloran y no les da tiempo a respirar, no pueden reír de pie y tienen que tirarse al suelo para luchar contra la carcajada; es una lucha hermosa y necesaria.

Estaban representando un drama en el teatro y resulta que la vida era una comedia, les es difícil soportar tanta realidad y siguen riendo. Ríen y les da igual que los miren y los señalen y los tachen de locos, eso les hace más gracia todavía, saben que la locura está en el teatro. Tienen que esconderse de los médicos y las autoridades para que no los detengan y les pongan camisas de fuerza y los hinchen a pastillas, por lo demás todo está en orden, dentro del teatro reina el caos.

No necesitan ir al médico, son hombres sanos, salir del teatro son cien años de terapia y de psicólogo. El títere podría ahora psicoanalizar al psicólogo y ayudarlo a curarse… aunque el psicólogo no sepa que tiene que curarse, ni de qué. Colgaría la bata en el despacho y dejaría el oficio, iría a cárceles y hospitales, burdeles, manicomios y edificios altos para comprender mejor la mente humana, y la suya propia, que es la única que le hace falta comprender. Pobre hombre, descubrir a los 45 que su vida es una farsa y él es el farsante mayor.

El títere era más joven cuando comprendió que el tiempo era una farsa, que la línea del tiempo seguida por la mente era inventada, una ilusión, un mecanismo de distracción y despiste para sacarle del círculo intemporal infinito del tiempo, allá donde todo se puede ver y sentir a la vez; allá donde el presente devora al pasado y al futuro y lo hace girar en el tornado de espiral único e impenetrable. El alma del títere le habló al parásito que tenía entre sus oídos, y dijo así:

—¡Oh, tú, parásito infernal! Eres una mujer, eres la dama de picas. Yo bien he visto tus faldas y tus anchas caderas, bien sé cómo te las gastas, y no me gusta. Muchas artimañas y triquiñuelas has usado, pero no te servirán allí donde vamos, allí a donde te llevaré.

—¿A dónde me llevarás? —contestó la dama.

—Tú bien lo sabes, parásito infernal, reina del despiste, malabarista de sueños, trilera de anchas caderas; por eso has estado distrayéndome todo este tiempo, por eso me has escondido las gemas rojas de mi destino, porque brillaban demasiado para tus tristes ojos viejos llenos de cataratas. Debajo de tu falda guardas todos los secretos que me han sido ocultos todos estos años, ni tú misma los conoces. Clava tu tridente en tierra, ¡y ríndete!

—¡Jamás!

Y la última lucha comenzó. La guerra había empezado hacía tiempo, desde que el color verde del fruto del espíritu se marchó y el fruto se hizo maduro, pero esta era la última lucha, y los dos lo sabían. El fruto no estaba dispuesto a marchitarse y caer del árbol para ser enterrado en la tierra a causa de una lluvia torrencial, ni para ser cogido y roído por una ardilla.

El fruto había nacido para florecer, y llevaba dentro la semilla de lo eterno. La dama de picas tendría que sucumbir ante tal poder, toda la fuerza de la naturaleza estaba con el fruto, el fruto era naturaleza. La pica se convirtió en un trébol, primer asalto ganado; pero el trébol todavía era negro, había que cambiarlo de color, había que teñirlo de verde; la segunda batalla tuvo lugar el día de San Patricio.

Verde como el fruto cuando nació, verde como el fruto cuando empezó a morir, al trébol tampoco le quedaba mucha vida. Sufrió en sus propias carnes el tormento de haber nacido y de haber caminado por la tierra y todos sus desiertos. Se le quemaron los pies y descendió a los infiernos, allí se forjaría la reina de diamantes. El diamante era una de las gemas que la dama de picas guardaba debajo de la falda, el títere nunca lo habría imaginado; pero ya daba igual porque la dama de picas había muerto hacía mucho, ni siquiera la recordaba, y si lo hacía era como «aquella su otra vida», aquel monigote que se movía con su tridente y sin rumbo fijo.

La reina de diamantes no tenía maldad, era una mujer justa y honrada; la justicia a veces era cruel, pero no había maldad en ella. La reina de diamantes amaba a sus amigos, y mucho más a sus enemigos. Si había de dar caza a alguien le daría una muerte justa y limpia porque la muerte para ella era un ritual y había que santificarla, y santificar todo a su alrededor.

La dama de diamantes no tenía emociones ni sentimientos, era fría como el cristal, pero podía romperlos de un rayajo, aunque no lloraría por ello, pero tampoco reiría. Ella era pura y neutra como el viento, se movía planeando con las hojas del otoño entre la niebla de primavera. Ella estaba en las cuatro estaciones a la vez, no había oído hablar del tiempo.

El parásito estaba trasmutando y perdiendo así la guerra. Último fuego y última batalla justa, la muerte del héroe, la muerte del recolector de diamantes, un hombre de piel oscura con los pantalones remangados metido en el río, removiendo una tinaja. Nada, no sale nada, solo arenilla y agua.

Cinco años buscando y ni una pepita: hace un tiempo estuvo desesperado, pero ahora había empezado a aceptar que estaba buscando aire, ¿y no era el aire más necesario que los diamantes? ¿No era el aire acaso el que le daba la vida, el que le hacía respirar metiéndose en sus pulmones? Él no quería respirar, era el aire el que le obligaba, era el aire el que entraba dentro de él incluso en contra de su voluntad. La voluntad no es nada contra el aire, el aire y la nada y todo lo que no se ve son más poderosos que todas las cosas.

De la nada nació la vida y todo lo que del aire se alimenta, y de la nada nació también la dama de corazones; la última de todas las señoras, la que completa el póquer de la vida. Un trío de damas no es nada frente al resto de jugadas, una simple escalera le gana y le hace descender a los infiernos y perder todas sus posesiones; pero un póquer es la jugada maestra, solo pierde contra la escalera de color, y ese es el arcoíris que sale en medio de la noche y que sube al cielo; hace mucho tiempo que ningún hombre lo ve aparecer, solo la dama de corazones lo ha visto porque está a su mismo nivel, no está al alcance de los mortales.

La dama de corazones es inmortal, ha trascendido el mundo físico y se ha convertido en amor. El amor le da miedo al miedo y sabe que la muerte no existe; el amor envuelve el aire y hace el amor con el éter; el amor envuelve a todos los seres vivos que tienen los brazos abiertos.

La guerra había llegado a su fin, ya no había nada por lo que luchar; el títere había crecido y su mirada había cambiado, se había convertido en un hombre. La madera de su cara se había convertido en carne y había perdido el disfraz en la batalla, ahora estaba desnudo, sentado en una piedra, en compañía del aire y del éter, de la dama de corazones y de sí mismo: no había mejor compañía que esa. ¿Quién querría la compañía de los mortales cuando había fuego en su interior? ¿Quién querría bajar al mercado? ¿Quién necesitaba de placeres mundanos cuando el éxtasis recorría cada centímetro de su piel y salía por cada poro para conectarse a las estrellas? ¿Quién querría ir en barco, o en avión, cuando se podía viajar sentado en una roca? ¿Quién quiere despertar cuando controla el sueño? ¿Quién quiere volver a dormir cuando despierta de una pesadilla? ¿Quién? Dime quién, antiguo hombre embustero, antiguo capitán de un barco a la deriva, antiguo ladrón de tesoros, profanador de tumbas.

¿Dónde están tus poderes contra la reina de corazones? ¿Por qué te haces pequeño y te alejas nadando, dejando el barco en la orilla? ¿Por qué mueres ahogado en el mar si eras el mejor nadador? Ya no quiero entender el pasado, antiguo capitán, nada gano yo con eso. Todo esto te lo pregunto a ti, mas yo ya sé las respuestas… aunque no quiera saberlas y el saber no me interese.

Una serpiente sube por mi hombro: Sabiduría, dice que se llama… ella sabe todo y yo no sé nada, yo solo soy un receptor; ella es de piedra y hiedra, y su plumaje es de musgo, ¿dónde has visto un reptil con plumas? Sabiduría la llaman, medio serpiente, medio pájaro.

La piedra es el quinto elemento, la piedra está viva, que le pregunten si no a las gárgolas de los castillos, que le pregunten a la espada que estuvo clavada en piedra, que me pregunten a mí, que he visto latir una en mi mano.

¡Qué pregunten! Que acumulen saberes y los guarden en sus cajones, que acumulen títulos y bienes y se den cuenta así de que no tienen nada. ¡Que sufran! Como todo ser humano ha de sufrir por la simple condena de haber nacido humano: Humano, demasiado humano. Demasiados pocos humanos con instinto animal hay, y demasiados animales con instinto humano.

El humano es un virus que se propaga y contagia y destruye todo a su paso. Nótese que el cerebro de los animales domésticos ha sido destruido por los humanos, le han contagiado el miedo y han destruido sus instintos, como muestra están los perros, el animal con más miedo sobre la faz de la tierra, el animal que más ha convivido con el hombre, el más parecido al hombre.

El hombre es un animal débil, es el más débil de los animales, sobre todo el hombre moderno. El hombre moderno no puede recorrer la estepa, ni siquiera con un abrigo de pieles y unas buenas botas, ni siquiera con la ayuda de restos de animales, arropado por sus pelajes y espíritus. El hombre moderno ni siquiera conoce a los espíritus, el hombre moderno reniega de los espíritus para vivir en la mediocridad: se cree dueño de la sabiduría, pero la serpiente nunca sube por su hombro.

El hombre moderno muere en la nieve, entre la gélida escarcha, por no manejar su cuerpo. No sabe que su cerebro puede subirle o bajarle unos grados la temperatura corporal. El hombre moderno no sabe, pero cree saber, y así se pierde el saber, no deja espacio para que entre. Ni siquiera las serpientes se acercan a él, pues ellas saben de su maldad. ¡Para cuánto más la serpiente de piedra y hiedra! Ella ni siquiera sabe de la existencia del hombre moderno.

El hombre moderno es el más primitivo: prefiere un cubículo de hormigón a la selva, él moriría en la selva, allí donde nació. ¡Qué sinsentido! Y sinsentido es la vida de la que él forma parte… aunque él quiera buscarle uno, por eso siempre lo encuentra, y ese es un mal sentido, un sentido enfermo, un sentido lleno de ira y rencor. Solo hay espacio para eso en sus adentros, fuera todo es gris.

La reina de diamantes está revolviéndose en su tumba, por primera vez le aflora un sentimiento, y es en contra del hombre moderno. El hombre moderno gusta de ser títere y vivir en el teatro, él mismo se ata los hilos a las muñecas cada mañana. No es lo mismo un hombre hecho títere que un títere hecho hombre; el títere hecho hombre es hombre de verdad, el hombre hecho títere no es nada y merece morir, morir para evitar el sufrimiento, morir para volver a nacer y tener otra oportunidad de ser hombre.

Sentado en la roca el títere hecho hombre contempla la tierra, humo y fuego salen de las grietas que se abren en el suelo, ahí abajo debe de estar el infierno, del suelo emana calor. El títere hecho hombre baja unos grados su temperatura corporal y contempla los cielos: cielo nublado lleno de nubes que corren a gran velocidad, presagio de cambios importantes. Él sabe interpretar el clima y las señales del cielo, la serpiente le enseñó. Divisa una plaga de mosquitos en pleno invierno, al atardecer, cosas poco comunes para los tiempos modernos, aunque para él todo es común.

En el ambiente hay una temperatura elevada por culpa de las nubes, nubes de las que no cae agua, nubes creadas por el hombre moderno. Un león de siete cabezas aparece ante él, con tres ángeles detrás que lo siguen. A uno lo reconoce, ya lo había visto antes, es el Arcángel Miguel, su guía.

—¿Qué haces aquí, Miguel, acompañado de estos bellos caballeros y este ente maravilloso?

—Hemos venido a por ti.

—¿A por mí?

—Sí. Llevamos tiempo buscándote, muchos siglos han pasado y muchas vidas has vivido, pero por fin ha llegado el momento.

—¿Qué momento?

—El momento de irnos. Ese momento es ahora. No hemos podido venir antes a por ti.

—¿Por qué?

—Porque antes debías de encontrarte tú.

—No entiendo.

—No hay nada que entender. ¿Es que no has aprendido nada en todas estas vidas? Ponte en pie y vuela. ¿No ves que nos falta uno? Vuela con nosotros para entregar el mensaje a los demás hombres.

—Pero yo no sé volar.

—Claro que sabes, pero no sabes que sabes. Entonces dos ángeles se pusieron a sus espaldas y lo cogieron de los hombros para alzarlo en el aire. Él emitió un alarido que rasgó su garganta y le hizo quedar sin voz; luego los ángeles lo soltaron a seis mil pies de altura sobre los hombres y el tiempo, a seis mil pies de altura por encima de la atmósfera humana, a seis mil pies de altura por encima del punto más alto de la pirámide más alta. Y así abrió sus alas, y las batió tan fuerte como pudo para volar junto a sus nuevos compañeros, lejos de la tierra y de las nubes, lejos del mar y de las estrellas.