LA ÚLTIMA GUERRA

La estatua caerá y debajo nacerán las flores. Violetas con olor a jazmín poblarán las calles, y estará prohibido pisarlas. El templo arderá y sus secretos verán la luz, y los disfraces de sus monigotes acabarán en la hoguera; las llamas consumirán su blanco poluto manchado de sangre.

La casa de color claro será pintada de oscuro y las tierras del jardín volverán a ser fértiles, ningún roble volverá a morir allí jamás; la gran cerca se derrumbará y los hombres vestidos de verde pedirán clemencia, pero no habrá clemencia para los impuros de corazón. La rueda del Samsara les espera, volverán más nobles, cada vez menos cuerdos, un paso más cerca. Es un deber divino darles una muerte justa, sin ruido, sin ovaciones, sin llantos; un mero trámite serán sus muertes. Un nuevo comienzo espera, algo más grande que sus tristes vidas está esperando detrás del muro. No podrán hacer daño desde el pasado, y nunca existió su futuro.

El país que se inventó para guardar el oro será saqueado y el oro será devuelto al pueblo; lo fundirán para calentarse en las duras noches de invierno; las telas que cuelgan de los cuellos también acabarán en las forjas, volverán los taparrabos y la gente empezará a decidir dónde nacer. Caerán las antenas y los hierros voladores se convertirán en chatarra espacial, nadie le dará importancia a lo que no la tiene.

No deberían haber matado al vecino, él era la mano que les podía haber dado de comer, un bocado de la manzana, pero no quisieron. Vosotros, condenados, preferisteis donar vida a cambio de riquezas, y ahora no las podéis gastar. Condenados estáis a ser pobres por el resto de la eternidad y todavía os quedan muchas vidas por vivir; vidas de mendigo y de cangrejo, de asno y de gallina. No nos compadeceremos de vosotros, nosotros hemos vivido nuestras propias vidas y hemos lidiado con nuestros propios sufrimientos para llegar hasta aquí. La hora se acerca y no habrá paz para los impuros.

No habrá fronteras en el norte, y la riqueza no era lo que ellos pensaron; se dieron cuenta tarde e intentaron alargar lo inevitable; se hicieron los valientes con el alma llena de miedo y lucharon una guerra que sabían que no podían ganar, lucharon para perder. Una mínima porción de polvo de estrellas, un periodo de tiempo sin importancia, un grano de arena en el desierto; cuatro mil quinientos millones de años tiene la tierra y menos de doscientos años duró aquel país.

Lucharon la lucha de otros, lucharon sin saber por lo que luchaban y dieron sus vidas por ello; creían estar firmemente convencidos de lo que hacían y fue la muerte quien tuvo que mostrarles que se equivocaban. Volverían a nacer como cerdos y la rueda seguiría girando, por eso sus creencias no permiten comer cerdo, no pueden comerse a sus primos; pueden comer humano que sabe a cerdo, pero nunca cerdo que sabe a humano.

Derraman y beben la sangre de los puros solo para alargar lo inevitable, no saben que la rueda girará luego en contra ni que les pagarán con la misma moneda. Es raro que sus dioses no se lo hayan advertido; sus dueños nunca lo harían, ellos se alimentan del sufrimiento.

Antes del año del caballo se hundirán sus planes y antes del año del dragón se habrán extinguido. Animales blancos de metal que dan paso a la extinción más grande desde el mesozoico. Menos de doscientos años duró aquel país, el periodo más corto de la historia, porque no era un país, solo una mancha. Los Diplodocus tardaron más en emigrar a Eurasia, y mirad de lo que les sirvió. Los rinocerontes son sus reencarnaciones, nunca volverán a hacer temblar las piedras a su paso, solo la arena. Los rinocerontes se reencarnan en cerdos y no se pueden comer, pero ellos se comen hasta la arena.

Entes divinos que no pueden interferir en el mundo físico están esperando a que los caballeros despierten de sus letargos; mientras tanto envían señales a los hombres sensibles a través de los cielos: solo los atentos pueden verlas, solo los valientes las seguirán, como los reyes magos siguieron las estrellas, así encontrarán sus caminos.

La luz brilla dentro de ellos y por sus venas corre aceite; hace mucho tiempo que Santa Claus bajó por la chimenea y les trajo sus regalos, ahora toma té sentado en sus sofás. Al gordo se le cayó la barba y se transformó en Buda, no tiene pensado marcharse del salón hasta que el té no se enfríe.

Las abejas polinizan las flores y llenan la colmena de miel; la reparten a las obreras que tienen las alas rotas: han guillotinado a la reina. Las flores florecerán cada invierno y se marchitarán en primavera y los seres celestiales dejarán de marcar con círculos los campos de maíz, los humanos conocen ahora la simbología.

Grandes bloques de piedra suben levitando a la cima, la energía magnética las mantiene a flote ante la impasible mirada de los ingenieros; se les caen los cascos encima de los techos y se apagan los motores. La bomba nuclear no se hubo lanzado varias veces porque los seres celestiales interfirieron y la desactivaron; si hubiera dependido del hombre, la humanidad hubiese durado menos de doscientos años, menos que aquella mancha.

Van a mostrar señales en los cielos y en el sol, los mismos hombres atentos podrán apreciarlas. Esto será antes del día del juicio final y de que caiga la noche sobre Sión, noche oscura e interminable. Se fundirán todas las bombillas y se apagarán los candelabros, y no habrá cerillas para más chispas.

Nosotros no podemos sufrir en estas vidas, todo lo que suframos es ilusión y velo enmascarado. Ya hemos sufrido bastante en bastantes vidas, ya hemos muerto jóvenes sin perder el cuerpo. Somos los exterminadores de plagas, cuervos que comen langostas y espantapájaros que espantan águilas. Somos los caballeros danzantes de la dulce muerte. Somos los que recogen semillas de árbol y las llevan a otros climas: eucaliptos crecen en el desierto, cocos ruedan por la nieve, han caído de las palmeras.

Solo habrá paz para los elegidos. Han decidido morir cincuenta veces buscando esa paz, sus instintos les han traído hasta aquí; ya no morirán más, han nacido para contemplar la muerte de lo imperecedero, han nacido para ver la estatua caer. Aquella mancha será borrada del mapa y sus tierras serán devueltas a sus legítimos habitantes; no pudieron exterminar la raza, siempre gana el amor.

Las gentes vestidas de verde se tiran de puentes y se cortan las venas, se han dado cuenta de que han sido engañados y están luchando el sueño de otros, soñando en una mentira; se quitan la vida para empezar a vivir. La rueda será misericordiosa con ellos esta vez porque más vale tarde que nunca: nacerán como cerdos y podrán revolcarse en el barro hasta que mueran de viejos, solo se llevarán un par de varazos de vez en cuando.

Caballeros en fila hacen pasillo a la muerte, todos ellos la han visto desnuda y han dormido en su cama; sus sonrisas no comprenden por qué los que cruzan el pasillo llevan el miedo en su rostro; ellos hace mucho tiempo que no bailan con él, tener miedo es algo prehistórico en los tiempos que corren; como neandertales caminan hacia la horca, los homo erectus estarían orgullosos de haber perpetuado su especie.

Se acerca el juicio, juicio sin juez con sentencia pre escrita. No hicieron caso ni a sus propios libros y allí estaban escritos sus destinos. Es un circo y un teatro y una fiesta y una alegría. Hay algo hermoso en lo trágico, ellos todavía no pueden verlo, pero pronto lo sabrán. El diablo es feliz cuando muere, luego nace entre la piara y no se le puede comer.

Gente de piel blanca y con cara de pez camina por dentro del pasillo, sus ojos inyectados en sangre hace mucho tiempo que han perdido la expresión, son duques y condes y reyes y presidentes, son enemigos de la vida; un ejército persigue a los testimonios, los jinetes del apocalipsis armados con piedras y antorchas; no se equivocaban en sus predicciones, pero se equivocaron en lo más básico, ¿dónde está tu dios para salvarte ahora?

Es nuestro deber reiniciar a la gente de cerebros lavados, no es culpa suya, pero nuestra tampoco y ya hemos aguantado bastante sus crueldades e insensateces; deben arder en la hoguera como ardimos nosotros en otras vidas. Su inconsciencia nos quemó, no guardamos rencor, pero es un acto de justicia darles una muerte limpia.

No tenemos por qué respetar sus creencias si sabemos que son falsas, estamos hartos de la falsa moral; a Zaratustra le faltó coger la espada: las cabezas que no piensan por sí solas tienen que rodar, igual que los cocos ruedan por la nieve; no tenemos por qué mirar para otro lado y no tenemos por qué escucharlos, hemos de coser sus bocas y lanzarlos al fuego, no podemos dejar que los virus se sigan propagando.

Repartiremos sus bienes entre el pueblo, entre los que no se lo hayan ganado porque eran demasiado sensibles para luchar por el sueño de otro, entre los que se quedaron sin fuerzas para vivir de ilusiones y entre los que no tuvieron siquiera la oportunidad. Todo el que nazca y ya tenga una fortuna será juzgado por herejía y crimen familiar como fuimos juzgados nosotros en otro tiempo por pensar diferente. Si nos acostumbramos a sus estúpidas creencias podemos acostumbrarnos a esto también.

Volveremos a escribir la historia como estaba al principio, los villanos serán salvadores y los héroes serán asesinos. Los dioses vivirán dentro de nosotros y en otros planetas. No habrá nadie con barba en las nubes y el que esté en las nubes deberá bajar o morir, no habrá más opciones. La falsa libertad nos ha mantenido por años en la prisión y para ser realmente libres la mente tendrá que sufrir al principio, y los débiles deberán morir.

Solo habrá una creencia: la gente deberá creer en sí misma, y el que no lo haga será demasiado débil y no estará preparado para el nuevo mundo, deberá acabar consumido por las llamas junto a los predicadores de la falsedad, pues falsa es también su creencia.

No hará falta adornar lo que ya es hermoso y puro y el que lo haga será señalado.

Se quemarán todas las telas de colores y solo habrá un color, y las franjas divisorias serán de paso libre, cualquiera podrá pasar montado en su asno. El terrorismo psíquico será abolido y el agua y la comida serán gratis, nadie volverá a morir de hambre ni de sed, todo el mundo tendrá leche y miel en el paraíso.

Nuestros hermanos vecinos comenzaron la lucha, nosotros la seguiremos; las cabezas de reyes y príncipes rodarán colina abajo regando con su sangre los campos de cereal y las paredes del templo serán arrancadas por hordas de valientes justicieros ante la impasible mirada del gobernador en calzoncillos.

Al otro lado del charco el pueblo también se rebela, en el país de los sueños la gente ha dejado de soñar, ya no habrá más engaños, ya no habrá más mentiras, todos a la vez se han dado cuenta de que están viviendo en una; se acabaron los sueños para aquel país, ahora es el país del despertar.

El terrorismo es su propio estado, su propio gobierno; su moneda está podrida y manchada de sangre, ya nadie quiere dinero, ahora buscan libertad. Sus estandartes están cayendo, como cayeron en otro tiempo, y la fábrica de moneda y timbre está en llamas; ahora el pueblo también sabe jugar. Han estrangulado a la estatua con cuerdas y la gente está tirando de ella, los rascacielos están siendo saqueados.

Están juzgando en la plaza al jefe de los terroristas, lleva traje y corbata, tiene blanca la piel y la nariz puntiaguda; en otro tiempo hundió un barco para cambiar el rumbo de la historia, más tarde demolió las torres. Valientes héroes vestidos de rojo y azul perdieron su vida y cobardes infames vestidos de rojo y azul mintieron para ocultar la verdad. Falsos actores y actrices vendieron su alma al diablo por cuatro monedas, y ahora son pobres otra vez, pobres para siempre.

No habrá paz para los impuros y en el reino de los cielos no hay cabida para ellos; se ocuparon de separar al pueblo, pero no contaban con nuestra naturaleza, en el fondo sabíamos que éramos hermanos.

De ahora en adelante lloverá a gusto de todos. Las antenas parabólicas arderán; como veis el fuego es nuestro mejor amigo, nuestro aliado primitivo. El hombre descubrió el fuego para que nosotros lanzásemos a él a toda esta purria, miles de corderos se han asado antes que los cerdos sin reencarnar. No hay otra salida y ellos lo saben; la guerra ya ha empezado dentro de nuestras mentes y cuando suficientes caballeros estén liberados explotará el caos, caos liberador de vida —caos es solo una palabra—, y es necesaria en los tiempos que corren.

Acabaron desquiciados y matándose entre ellos, y fue el mayor acto de amor jamás visto; Julieta se revolvería en su tumba muerta de envidia. Cavaron los sepulcros donde se echaron la siesta, almohadas de dura roca y sábanas de gusanos; Romeo hubiera sustituido el veneno por vino.

Ellos cambiaron el clima y fueron llevados por las olas, acabaron en medio del mar y los partió un rayo; sus cuerpos acabaron en el fondo del océano, junto a aquel barco que cambió la historia, y fueron alimento para cangrejos.

Manipularon los alimentos y fueron envenenados con ellos, plutonio y mercurio corría por su sangre y sus células no resistieron el ataque, no estaban preparadas porque vibraban a bajas frecuencias. Sus propias armas se volvieron contra ellos, una pistola que dispara para atrás, un cañón que explota con la bala dentro, pólvora requemada que arde en las manos de quien la manipula.

La tecnología propagó la información que tanto se empeñaron en ocultar, siglos y siglos protegiendo y ocultando la verdad para que cuatro gafotas comeganchitos acabasen siendo los nuevos presentadores del telediario.

Los que están destinados a nacer dos veces no vivirán después de la tercera, de cerdo se pasa a gusano y de gusano a espora; luego se perderán entre el aire y serán respirados por nosotros; eso es la llamada contaminación, no los humos de las ciudades.

Nosotros, los pálidos de sangre roja, convertiremos en muertos a los no-muertos, pero no mancharemos nuestras manos, solo robaremos las pilas de los despertadores, porque somos ladrones y traficantes, butroneros y aluniceros, atracadores y rateros, pero no somos asesinos.

Llevamos dentro la luz que nos guía, hombres luciérnaga portadores de antorchas y estacas. Siempre atracamos con pistolas de juguete, no queremos correr el más mínimo riesgo ni causar el más mínimo daño. Nuestro objetivo es salir de la prisión, no entrar en ella, por eso atracamos. Un sinsentido para el corto de entendimiento, un acto de justicia para nosotros.

Es lícito robar medicina en un mundo enfermo, el dinero es para nosotros solo un medio para alejarnos del mal; minimizando el riesgo y el daño se puede salir del mal sin causar mal a otros. Son los hombres de corbata y traje los que roban a ancianas y las desahucian; nosotros vestimos de chándal para correr más rápido.

Corremos de los jinetes negros y no pueden alcanzarnos. Vemos detrás de nosotros como guadañas cortan cabezas y las corbatas son esparcidas por el aire. El aire es menos contaminante cada vez que una corbata cae al suelo. Nosotros respiramos mejor, nuestros pulmones se llenan y corremos más y más. Gordos de traje se tuercen tobillos y quedan atascados en los obstáculos; mala suerte, compañeros, nos veremos cuando seáis cerdos y esporas.

Parecen tiempos de guerra, pero nada más lejos de la realidad: la guerra es una ilusión y siempre es ficticia y planificada por un bien mayor; pero esta es la primera en la que no mueren inocentes. Esta es la primera y la última guerra que organizamos nosotros, es la última guerra del hombre.

Pronto las aguas volverán a su cauce y los pájaros volverán a cantar de noche, en los campos de trigo ya no habrá nada que sembrar, el cornezuelo de centeno dejará negras todas las espigas y hasta la última aceituna será exprimida y convertida en aceite.

Yo nací para contemplar todo esto; de otra manera no hubiera ocupado este cuerpo.

Yo vine a nacer aquí porque me juraron que así sería; y fue Dios quién me lo juró, antes de que muriera.