LOS SOLITARIOS

Relación de conceptos a nivel suprarracional, no puedo recordar mis vidas pasadas, pero puedo recordar que he vivido otras vidas: vidas de mujer y vidas de dolor, humo de bruja quemada en la hoguera —el aire huele a mis carnes—.

Sufrimiento oculto representado en la mente, años y años remando a contracorriente, tolerando injusticias y soportando el dolor. Temor incrustado en la mente, dueño de mis carnes, ente posesor, ladrón de sueños y vida, carcelero del destino.

No puedo volver a donde nací, no puedo oler el aire, no puedo ver el tejido que une a las estrellas: mi piel no vibra, han anulado mis frecuencias; sé que vibró no hace mucho. ¿Cuántos miles de millones de años tiene el universo? ¿Cuántos miles de años tengo yo? ¿Acaso soy un cuerpo? ¿Acaso un pensamiento? Sé que me estoy perdiendo algo, donde hubo fuego quedan cenizas; todavía puedo oler la madera quemada del mango de mi escoba.

¿Dónde está la luna cuándo el sol no mira? ¿Dónde está mi vida? ¿Dónde la salida? Laberinto circular lleno de espejos rotos: no saldrás jamás, tendrás que vivir unos cientos de vidas más; tendrán que quemarte de nuevo unas cuantas veces, has de sufrir nuevas enfermedades y un par de suicidios —algunas vidas se nace demasiado inteligente—, las últimas vidas se nace extremadamente sensible. Ya queda poco, hijo, la rueda del Samsara no es eterna para los elegidos.

Bienaventurados sean los solitarios que luchan con sus demonios en medio de la oscuridad los días de lluvia, de nieve y tormenta; valientes son los que luchan sabiendo que van a perder, sabiendo que están perdidos; si existe una causa por la que valga la pena morir, esa es la libertad: todavía no saben que no pueden perder, todavía no saben que no pueden morir, pero saben que no son libres. Es de lo poco que saben, sus mentes se reinician en cada vida: aprenden rápido; pero saben que deben desaprender, son conscientes de que han sido parasitados.

Dolor transmutado en miedo y odio, se sienten culpables; pero saben que no deberían. El camino es duro con pies de plomo, descalzo se hace más ameno, pero puedes hacerte daño en las plantas de los pies.

No naciste salvaje, necesitas zapatos: las heridas se hacen callo y no vuelven a sangrar. Los callos son carne muerta que llegó a la libertad, al estado del tukdam.

La quietud atemporal no espera a quien va corriendo, la victoria llegará a quien se pierda en el tiempo y se detenga con él: no volverán a nacer los que se mueran despiertos.

Benditos sean los dementes, los que han logrado desprenderse de sus mentes y sus cuerpos; benditos los incomprendidos, los que se sienten desubicados a dónde quiera que van, a cada paso que dan; benditos los delincuentes, que se salen del sistema y se saltan las leyes, porque saben que están mal.

Honrados sean aquellos que perdieron el miedo a la muerte, que vieron su hermoso rostro sin maquillar; al natural era más bella, era más pura y real.

Vengan conmigo los que caminan entre tinieblas, los que desafían al azar, los que apuestan todo hoy porque saben que el mañana no existe, los que viven el momento presente porque es lo único que hay.

Dichoso quien ofrece todo lo que tiene pues sabe que nada es suyo; lleno es de riquezas el que ha comprendido eso y no tiene ningún apego; quien no se quiera más que al vecino, quien no se quiera más que a la piedra, quien olvide y quien perdone será eterno en esta tierra.

Humildes son los que no saben que lo son, porque actúan por inercia; llenos son de gracia los que perdonan el mal, los que no guardan rencor; quienes se rinden y siguen luchando son dignos de merecer la gloria —caballeros sin coraza que perpetuarán la especie—.

Hombres buscan la salvación acumulando riquezas e hipotecan sus vidas para tal fin, los que den sentido a sus vidas antes de hacerse ricos lo serán realmente. No importa lo tarde que sea, cuando el tiempo se detiene ya no se puede perder.

Despertarse y caminar vale más que todo el oro del mundo. Nunca has dado un paso, niño chico, no has salido del útero. El útero es luz y tejido sin tiempo. El que se sienta un niño, todavía no está perdido.

Hay quienes saben que el oro no tiene valor alguno, se lo da la mente de los hombres dormidos —Kriptonita onírica manchada de ilusión—, ¿qué vale el oro para un simio? Él prefiere las flores.

Hombres se ríen de monos por coger las flores y no saber el valor del oro, no saben que son ellos quienes no lo saben. Y ni siquiera saben que no lo saben. Los monos lloran por los hombres por no conocer el valor de la vida. Las flores también lloran; los monos pueden verlo, los hombres no.

El que se sepa más tonto que un simio está en el sendero adecuado, los que observen su conducta y sus patrones psíquicos estarán más cerca de la verdad y los que se liberen de sus mentes y hagan caso a sus instintos serán libres del todo.

Libre es un hombre que pierde el miedo, pero hay miedos tan intrínsecos en nosotros que ni siquiera los conocemos: no los podemos perder. Baja a las profundidades para ascender a los cielos, has de morir unas cuantas veces para empezar a vivir.

Cerca están y se sienten lejos, la respuesta está dentro de ellos y lo saben, pero no la encuentran, y lo que es mejor: han dejado de buscarla; quien está siempre buscando nunca encuentra lo que busca; ellos lo saben, son sabios, pues quien es sabio lo es antes de saberlo.

Cortaron sus manos y sus cabezas en el pasado, escondieron sus libros y los persiguieron durante siglos; robaron sus tesoros y ocultaron su magia, pero la llevan dentro, y se la llevan más allá de lo físico.

Encarnan cuerpos benditos, plenos de energía y vitalidad, eligen fuertes guerreros repletos de miedo, pero que son capaces de afrontarlo. Una y otra vez, una y mil veces, pierdan o ganen vuelven a la batalla con la cabeza alta: no morirán en casa, no morirán mirando para otro lado, saben que si por algo merece la pena morir es por la libertad. Cuando mueran les estará esperando otro cuerpo, más fuerte y con menos miedo. Una y otra vez la rueda del Samsara gira para ellos.

No podrán con nosotros, todavía no somos puros y el mundo nos necesita. No podemos defraudar a más especies, dejamos morir a muchas por el camino; no podemos permitir más actos de crueldad, no debemos seguir sufriendo, no podemos dejar a la mente seguir jugando a la dualidad; nuestras mentes han estado jodiéndonos mucho tiempo.

La libertad está escondida bajo la estatua, oculta por su dura piel de piedra. Muchos veneran la piel y le llaman libertad, pero pocos han vislumbrado la libertad a través de la piel. Pocos la conocen, aunque juran que sí, para ellos la libertad es la piedra. No conocen otra cosa, ni siquiera saben que se puede entrar dentro de la estatua, solo suben al sombrero. En el sombrero corre siempre un fuerte viento que rompe el silencio, familias con niños chillando y correteando y guardias de seguridad protegiendo la estructura. Barandillas de seguridad y flechas en el suelo para marcar el recorrido, antilibertarios y defensores del mal. Dentro de la estatua reina la anarquía y se esconde un secreto custodiado por Afrodita, diosa del amor, dueña de lo eterno.

La estatua está viva y la sangre corre por dentro, respira y siente: sus células bailan cogidas de la mano y la frecuencia vibratoria es elevada, podría prender la antorcha si quisiera. En la piedra están saliendo grietas, la explosión de luz y amor puede devolver la vista al mundo.

Los elegidos no morirán por la piel, han nacido dentro de la estatua y es allí a donde han de regresar, tarde o temprano, es inevitable. Los que tienen prisa nunca llegan, se quedan atrapados en el túnel del tiempo, solo los que se rinden consiguen penetrar. Algunos de los que consiguen entrar son sacados luego por demonios oscuros, pero se acuerdan del olor del lugar, son como abejas que vuelven a la miel.

Valientes son aquellos a quienes el miedo no consigue frenar. Llenos están de pavor, más aun así no cesan en la batalla; asumen sus destinos y llevan a cabo sus acciones con amor y misericordia, sus almas les empujan a llevar a cabo sus cometidos, siempre con miedo, pero siempre hacia delante.

Sus espíritus se resignan a creencias y rechazan dogmas, muchas vidas desperdiciadas, muchas injusticias vistas, mucho humo en las hogueras de la Edad Media. Se desidentifican de sus formas físicas porque las han perdido muchas veces; algunos todavía no saben quiénes son. Hombres y mujeres dudan de sus identidades, recuerdan haber tenido otras, tienen atisbos de otras vidas, se conocen mejor que el resto de los mortales: son sus propios profesores, sus propios guías; son desconfiados por naturaleza porque no se fían de sí mismos, porque todavía se están buscando: no saben que se buscan a ellos mismos, pero no se sorprenderán cuando se encuentren.

No queda mucho, lloran de alegría con el canto de un pájaro al amanecer, eso significa que no queda mucho. Sus corazones son puros, solo hay amor dentro de ellos. Han resistido miles de vidas y siguen siendo puros, han muerto siempre por sus ideas, por sus derechos. La civilización no hubo acabado varias veces gracias a ellos… aunque algunos sigan sin saberlo.

Ellos sienten que mueren a cada instante, sus mentes les engañan, pero lo saben, saben que están soñando; nadie puede ofenderlos porque saben que no existen: nada puede herirlos, saben transmutar el dolor.

Faquires de tiempos modernos, caminan sobre las brasas del asfalto de las ciudades. Videntes, druidas y taumaturgos esquivan el tráfico entre los edificios, trabajan de albañiles, carpinteros y pintores.

Hombres sacan astillas de sus mentes y de sus corazones, vuelven a ser niños, vuelven a reír. Se resetean a sí mismos y vuelven a nacer, año cero después del Ser; están encantados de conocerse, se toman la vida a broma porque saben que lo es, juegan la partida con tan solo una moneda.

Las primeras pantallas son fáciles, después siempre se complica. Ya no quieren pasarse el juego, ahora se lo pasan bien jugando, agradecen cada segundo de juego porque son conscientes de que se va a acabar. Ellos son los protagonistas, y la siguiente pantalla aparece porque ellos han llegado hasta allí; de no ser así la pantalla estaría negra. Ellos dan luz y color al juego y vida al resto de personajes: son semidioses cuando juegan.

Eliminan patrones de sus mentes parasitadas, hacen ejercicios de autoconocimiento; son sus propios maestros, psicólogos y médicos. Están conectados por hilos de energía a chamanes de la selva amazónica; los jaguares pueden sentirlos vibrar.

Descendientes de meigas y brujos, corre por sus venas el aceite crístico; son lunáticos, sus células vibran con la luna llena y su estado vital cambia con los ciclos lunares; son felinos y hombres lobo, son todo y no son nada a la vez. Están empezando a comprenderlo, han visto a la luna sonreír.

No se creen nada, ni siquiera lo que ven, saben que sus sentidos les engañan. No pueden soportarse a sí mismos, se odian por haber nacido. Su propia inteligencia se ha convertido en un problema serio, se creían muy listos, hasta ayer.

Reman en el océano, hombres de brazos raquíticos y corazón fuerte. Tienen heridas en las manos, pero no piensan dejar de remar. Las olas rompen en proa y empapan a la tripulación, gélidas noches en el Antártico. Llevan remando varios lustros, pero no piensan parar, no pueden parar.

En los glaciares de la Antártida está escondido el secreto que cantan las ballenas, en el corazón de los marineros está la llave. Se han elegido a sí mismos, han dejado atrás sus hogares, sus trabajos y sus familias. Se guían por las estrellas, el viento sopla siempre a su favor.

Están llegando… hace lustros que están llegando. Ya pueden ver los glaciares, las focas se ponen contentas y dan palmas. El calentamiento global ha destapado el pico de una pirámide, la Antártida está llena de ellas.

Queda lo más duro: atracar en el hielo; los marineros se preparan para lo peor, todos en pie, todos alerta.

La estatua de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, vela por la tripulación. Los guerreros reman fuerte bajo la neblina de la Antártida y antes de llegar un trozo de hielo rompe la balsa; la Virgen del Carmen observa impasible cómo se inunda, no mueve un dedo por evitarlo. Quedan cientos de metros para llegar a tierra, un destino injusto para un marinero celta que ha recorrido medio mapa.

Reman unos metros más y la balsa se empieza a hundir, marineros de sangre fría se desnudan y respiran profundo antes de tirarse al mar; nadan con fuerzas para llegar a la orilla: treinta grados bajo cero. Algunos dejan de sentir sus cuerpos y siguen nadando, no se hundirán ahora, después de cientos de vidas, miles de años en la tierra y una travesía por el océano. Siguen nadando, siguen conociéndose a sí mismos, fuerzas desconocidas se apoderan de ellos, van más rápido ahora que en la balsa. Ya queda poco —hace mucho que queda poco—.

Nadan en el frío hielo, entre el denso silencio, y allí se encuentran; el ruido del agua es el ruido de la placenta al nacer, están recordando quiénes son; nadie les molesta allí abajo, la vida sigue su curso porque ellos están ahí.

Un marinero no está disfrutando del baño, la orilla está muy lejos, tardará mucho en llegar. Lejos, cerca, mucho, poco… conceptos mentales que destruyen a los hombres; el marinero deja de nadar y se hunde; los demás siguen nadando, no pueden interferir en el destino, pronto pisarán tierra y no pueden malgastar las fuerzas que no les pertenecen.

El primero ya ha llegado, besa el hielo y se pone en pie, cuando se da la vuelta ya hay tres hombres arrodillados junto a él. Lanzan cuerdas al mar, algunos no tienen más fuerzas para nadar; se agarran a la cuerda y los demás arrastran de ellos; pero no hay cuerdas suficientes, varios hombres más se están ahogando a escasos metros de su destino: saben que han hecho bien, saben que es su última vida, se han elegido a sí mismos.

Un ejército de delfines aparece en las aguas, traen consigo al primer hombre hundido, parece inconsciente; rescatan a los demás y los llevan a tierra, hombres y delfines colaboran para sacar a los marineros del agua; los hombres tienen la piel quemada del frío y heridas infectadas, detrás de la carne y el hueso está lo que buscan.

Recorren la Antártida oyendo al viento silbar. ¿Así que era esto? Las ballenas cantan para los marineros y los acompañan por debajo del hielo; habían llegado hasta allí.

Lejos de la ciudad y del mundo se puede escuchar la voz del viento, tiene voz de mujer y susurra siempre en voz baja; en la ciudad solo los gatos pueden oírlo. Los marineros pueden oírlo también ahora y se dejan guiar, acompañados de las ballenas; las plantas de sus pies se van gangrenando y sus huesos se entumecen mientras caminan; pero no dejarán de caminar, tienen un destino fijo, y aunque no saben cuál es saben que el viento es sabio. Llevan las llaves en sus corazones de un cofre que nunca han visto, pero saben que existe.

El sonido del viento se pierde entre el silencio y el tiempo se detiene, los marineros ahora están solos. Unos segundos eternos hasta que llega la luz; el viento los ha dejado en sus manos.

Sale el sol en plena noche y descubren que el cofre son ellos: no volverán a sufrir, se han encontrado a sí mismos, dejarán de buscarse y nadie volverá a elegir por ellos; a partir de ahora nacerán dónde quieran y se acordarán del resto de sus vidas.