¿POR QUÉ LO HICISTE, JUANITO?

La noche oscura del alma puede durar años, querido San Juan.

Nos engañaste, le llamaste noche a una eternidad, a sentir la muerte en tus propias carnes mientras miras ese reloj de manecillas rotas: el cuco hace mucho tiempo que ya no sale de su guarida.

¿Por qué le llamaste noche? ¿Acaso la eternidad cabe en una noche? Puede que sí, San Juan, y todavía no nos hemos enterado los demás.

—¿Cuánto dura la eternidad? —preguntó Alicia.

—A veces, solo un segundo —respondió el conejo.

—¿Cuánto es un segundo?

—Cuando amas la eternidad.

Tú y el conejo sabéis algo, San Juan, algo que Alicia y yo todavía no sabemos.

Pero pronto lo sabremos, San Juan, pronto lo sabremos. 

Muchos dolores de cabeza y sudores fríos, muchos pensamientos cruzados y crisis nerviosas. ¿A qué huele el viento, San Juan? ¿Oliste el azufre en una sola noche?

¿En una sola noche moriste y volviste a nacer? ¿No se pudrieron antes tu cuerpo y tu mente hasta el desvanecimiento? ¿No se agotaron tus fuerzas y rozaste la psicosis? ¿No barajaste la idea del suicidio? ¿No te convertiste tú mismo, lenta y dolorosamente en ese azufre que porta el viento? ¿Y todo esto en una sola noche? ¡Venga ya!

Haberle llamado el año oscuro del alma, o el siglo, o la oscuridad de la muerte vestida de vida hasta que la vida se desnuda. Viste sus pechos, ladrón, pero tardó meses en quitarse la blusa, así que mucho más tardaste en ver aquellos senos.

¿Y qué me dices del fruto prohibido? ¿Cuánto tardaste en verlo? Mucho menos que en adentrarte en él para fundirte con la vida. Le hiciste el amor a la vida, San Juan, o le hiciste la vida al amor, pero antes de eso tuviste que pagar muchas copas.

Muchas lágrimas derramaste, San Juan, no romantices esta tortura que es necesaria para nosotros. No disfraces de charco el mar, no llames hoguera al infierno. 

Tú no eres ligón de una sola noche, la libertad es una dama que no se desnuda a la primera de cambio. Tu soberbia podría aplastar la esperanza de los hombres más débiles. Pero supongo que tú sabes tan bien como aquel genio alemán que los débiles y malogrados deben morir, y además debe ayudárseles a morir. Por eso tú les ayudas, ¿verdad? Llamándole noche a diez años.

A nosotros nos suenas como el «será solo un momento» de los torturadores más crueles.

Un momento en el que cabe la eternidad…

Pero yo no puedo juzgarte. Tú eres el que viste y viviste a través de ti la eternidad, tú duermes en la madriguera del conejo junto al genio alemán y yo recorro con Alicia los miles de infiernos y laberintos de la década oscura del alma.

¿Por qué lo hiciste, Juanito? Gran crueldad llamarle noche.