AMOR ARDIENTE

Roy y Nancy eran pareja, una pareja de veinteañeros de Massachusetts con un grave problema: cuando tenían sexo entre ellos se incendiaban. Ahora, con el tiempo, lo tenían más controlado, pero habían llegado a quemar la cama, las cortinas e incluso a estar ingresados en el hospital con quemaduras de primer y segundo grado, sobre todo Roy. No tenían claro si era por fricción o por alguna maldición gitana. El caso es que la polla de Roy empezaba a calentarse hasta que ardía. Le salían llamas por la punta y era incontrolable. Si no paraba a tiempo podía quemar los intestinos de Nancy, o tal vez se le pudiera convertir el pene en cenizas. Aquel dolor era insoportable, tanto para él como para ella, y siempre tenían que parar antes de tiempo:

—Es como si meara clavos ardiendo —decía él.
—Es como si se friera un huevo dentro de mí —decía ella.

Rara vez habían conseguido terminar y hacía más de cinco años.

Roy recordaba aquellas veces a la perfección, tenía esos orgasmos grabados a fuego en el cerebro y en la piel: con tan solo recordarlo le salían chispas. Roy se había llegado a desmayar:

—Es una experiencia extrasensorial —decía—. Un sueño en el que se produce una mezcla de dolor con un extremo placer que te hace ver la muerte y volver a nacer.

A Roy solo le había pasado esto con Nancy, con las demás mujeres su polla nunca pasó de los cuarenta grados centígrados.

Se conocieron en el instituto y eran novios desde los catorce años. Roy se acostaba con otras chicas, Nancy se había acostado con otros chicos, pero se amaban. Se amaban locamente, se amaban como una madre ama a su hijo, como un político ama el dinero, o como un perro ama a su dueño: se amaban de verdad, y ambos estaban empezando a perder la cabeza, si no la habían perdido ya.

Iban juntos a todas partes desde que eran críos, Roy no iba casi nunca con sus amigos, los había perdido con el tiempo y habían pasado a ser colegas y los colegas habían pasado a ser conocidos y los conocidos auténticos desconocidos. Nancy no iba nunca con sus amigas, básicamente porque no tenía, solo quedaba con su prima, muy de vez en cuando, así que cuando solían separarse era porque tenían algún encuentro sexual con otra persona.

En un principio se dieron permiso mutuamente para probar el sexo con otra gente, ahora seguían haciéndolo, pero sin decirlo, era como un tabú y lo llevaban en secreto. Antes se contaban cómo habían sido las experiencias, ahora esas conversaciones habían quedado en el olvido. Roy se escapaba más veces que Nancy y ella cada vez se escapaba menos, y cada vez lo amaba más. Y él cada vez la amaba más a ella.

Dormían separados la mayoría de las noches desde los dieciocho años, y ambos tenían insomnio, se tiraban noches en vela pensando o masturbándose, mirando fotos o videos el uno del otro. Él se masturbaba mirando fotos de su cara, estaba realmente enamorado.

Para Nancy era un problema grave, pero para Roy era un problema extremadamente horrible. Con otra gente podían tener sexo, pero entre ellos no. Solo pudieron ocho veces. A la novena pasó algo terrible: el primer incendio.

Nunca más habían podido tener sexo de manera normal, a pesar de cientos de intentos. Solo podían intentar algo con el sexo oral o manual algunas veces, y con sumo cuidado, pero era mejor no hacerlo. Para Roy era un problema extremadamente horrible porque su pene iba deteriorándose por momentos y ya tenía daños irreversibles, como cicatrices y quemaduras, aunque a pesar de todo le seguía funcionando el aparato. Para Nancy era grave porque sufría por Roy y porque este le quemaba las paredes vaginales.

Al principio tenían mucho sexo oral, pero hoy en día eso ya no existía en su relación prácticamente, solo algunos lametones esporádicos, pero ni hablar de una buena mamada. En una ocasión Nancy se quemó la lengua, el paladar y la campanilla, y la campanilla se le hinchó hasta el punto de impedirle respirar por lo que Roy tuvo que llevarla a urgencias en el coche con su pene chamuscado mientras se le desintegraban los pantalones por el camino; ese día estuvieron a punto de estrellarse varias veces. Por suerte consiguieron llegar al hospital y al ponerle una inyección a Nancy en la nalga, se le fue desinflamando la campanilla. Roy iba por el hospital con un gran agujero en los pantalones y el pene en ascuas colgando y la gente pensó que se les había subido la fiebre.

Nancy se quedó una semana ingresada por las quemaduras. A Roy y a Nancy ya los conocían en el hospital, en ese y en varios más:

—Estos chicos arden de pasión —escucharon que le decía un médico a una enfermera en una ocasión, entre risas. En otra ocasión Roy reventó un termómetro con el pene, luego le pusieron otro termómetro de infrarrojos para temperaturas elevadas y superaba los trescientos cincuenta grados centígrados. Trataban su caso como una rara enfermedad, con un único caso conocido en el mundo, aunque no sabían bien si atribuírsela a él, a ella o a los dos en conjunto.

Era frustrante para ellos no tener un diagnóstico. Roy disfrutaba teniendo sexo con otras mujeres, aunque luego se sentía mal; pero a Nancy eso le resultaba imposible: no podía dejar de pensar en Roy y últimamente solo quedaba para charlar y tomar café porque el sexo con otros le resultaba incómodo, aunque no se lo hacía ver a él, ella seguía en el juego del tira y afloja. Además, amaba a Roy incondicionalmente y no quería hacerle sentir más culpable de lo que ya se sentía, ni mucho menos privarle del placer del sexo, aquel que ella no podía darle.

Últimamente lo estaban intentando con la masturbación, pero si ella se pasaba de fuerza o de velocidad empezaban a saltar chispas del pene de Roy. Nancy le hacía las pajas con gafas de protección ya que alguna vez se le había metido alguna chispa en el ojo, aquello parecía un soplete de oxicorte. Cuando salían chispas Roy sentía un dolor insoportable:

—Es como si me operaran en vivo de fimosis mientras brotan erupciones de lava en mi capullo —solía describirlo él.

Ambos estaban siguiendo un tratamiento médico y habían probado otros tantos hasta el momento; también acudían regularmente a terapia psicológica. Nunca habían podido borrar de su recuerdo aquella primera vez, ni las siguientes consecutivamente, pero aquella primera vez fue como una especie de trauma, como el inicio de algo trágico, de una maldición. Fue un quince de octubre por la tarde: ambos eran unos críos todavía y habían aprovechado que los padres de él no estaban en casa para verse allí. Estaban en el cuarto de Roy metiéndose mano y todo marchaba bien, se pusieron calientes y se desnudaron para meterse en la cama como otras veces. Roy se la introdujo a Nancy y entró como un cuchillo jamonero en el abdomen de un pollo. Dio varias embestidas y Nancy se corrió. Roy siguió unos instantes más y cuando él también estaba a punto de soltarlo todo ocurrió; ocurrió por primera vez, y ninguno de los dos sabía lo que estaba pasando:

—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Sácala! ¡Sácala! ¡Dios! ¡Uf! ¡Uy!

Roy la sacó y estaba ardiendo: tenía el capullo al rojo vivo y su polla desprendía una enorme fuente de calor. Nancy se retorcía de dolor en la cama apartándose hacia atrás y de su coño salía un humillo denso de color blanco. La habitación olía a chamusquina. Roy estaba muy cachondo y a punto de correrse, así que se acercó a Nancy para metérsela de nuevo, en ese momento no sentía el dolor.

—No, no, no, ¿qué estás haciendo? ¡Quita eso de mi vista!
—Vamos, nena, un poco más, ya estoy a punto.
—¡Que no! ¡Mira cómo está! He dicho que nooo… oh… ohhh…

Roy se la metió de nuevo y empezó a empujar mientras notaba pinchazos en la punta, y esos pinchazos eran como una barrera en su uretra que se abría y se cerraba justo cuando se iba a correr, impidiéndole así que saliera el esperma, y el esperma volvía a los huevos, y volvía a viajar de nuevo buscando el camino de salida, y la barrera se cerraba de nuevo cuando llegaba y tenía que volver de nuevo al punto de partida, y así continuamente: eso era dolorosísimo, eran como martillazos. Roy embestía y Nancy lloraba mientras le clavaba las uñas en la espalda y emitía ligeros alaridos. Él sentía que no conseguiría correrse jamás, pero aun así no desistía en su intento.

De repente la cama empezó a arder:

—¡Ahhh! —chilló ella. Él ni siquiera se había dado cuenta hasta el momento, estaba obcecado en su frenético intento de eyacular. Cuando pudo reaccionar la sacó y apartó a Nancy de la cama, cogiéndola del brazo bruscamente y empujándola hacia atrás. La cama estaba ardiendo, Roy sacó las sábanas rápidamente, las juntó en el centro de la habitación y empezó a saltar encima. Nancy estaba acurrucada en una esquina de la habitación con una crisis de ansiedad. La habitación empezó a llenarse de humo y Roy seguía saltando y golpeando y doblando las mantas:

—Nancy, ¡vete a por agua! ¡Corre, llena algún cubo, deprisa! —dijo Roy; pero la chica no parecía escucharlo, seguía allí en aquel rincón donde él la había dejado. Roy cada vez tragaba más humo y veía menos, ya casi no podía ver a Nancy.

—Nancy, sal de la habitación, hay mucho humo, nena, ¿me escuchas?

Pero Nancy no daba señales de vida. Roy dejó lo que estaba haciendo y fue a coger a la chica para sacarla de la habitación. La sacó al salón, la tumbó en el sofá y fue a llenar un par de cubos de agua para acabar de sofocar el fuego. Abrió las ventanas y supo que había acabado con el incendio cuando pasó un rato y vio aquella gran plasta negra en el centro de la habitación, todavía quedaba algo de humo.

Por fin tuvo tiempo para mirarse el pene, y casi se desmaya. Tenía grandes heridas, algunas en carne viva y de algunas incluso brotaba la sangre todavía, otras eran como rasguños y en otras estaba empezando a salir costra, unas le dolían y otras le picaban. Volvió al salón y se la enseñó a Nancy.

—Oh, Dios, ¿qué cojones? —Nancy se puso blanca, Roy ya lo estaba.
—Chúpamela, amor.
—Pero ¿qué dices? ¿Has visto cómo está eso?
—Necesito correrme, nena, lo tengo en la punta.
—No pienso chupártela, está al rojo vivo.
—Vamos, nena, un poquito.

Roy se acercó y cogió a Nancy del pelo, luego se la intentó meter en la boca; ella dio un salto al notarla en los labios.

—¡Ahhh! Imbécil, me has quemado —Nancy se llevó las manos a la boca.
—¿Qué dices? ¿En serio?
—Pues claro, gilipollas, te lo estoy diciendo.
—¡Hazme una paja!

Roy estaba fuera de sí, no podía pensar en otra cosa, era imparable en esos momentos. Se acercó a Nancy y cogió su mano para ponérsela en la polla, luego empezó a besarla. Ella se apartó, pero él insistía. El frenesí brotaba en sus ojos y ella decidió no resistirse más. Empezó a hacerle una paja, parando de vez en cuando porque la polla estaba ardiendo y le quemaba la mano; también tenía que parar por orden de Roy, quien abría y cerraba los ojos fuertemente mientras le temblaban las piernas. Fue la primera vez que lo vio así y se asustó, a día de hoy ya estaba acostumbrada. Estuvo más de cuatro horas haciéndolo con ambas manos. A Roy incluso le saltaban lágrimas de los ojos. Ella sufría por verlo así, pero al fin se corrió.

Soltó un chorro impresionante de un blanco rojizo que debía ir a cinco bares de presión, nunca antes se había corrido de esa forma. Cayó encima del sofá y de la pared y salpicó a Nancy en las manos, en un brazo y en la pierna. Ella empezó a chillar y Roy no comprendía lo que pasaba, chillaba igual que cuando se la metía. Él miraba al techo dando gracias a los astros por tal liberación, había sido el mejor orgasmo de su vida hasta el momento. De repente se dio cuenta de que el sofá se estaba desintegrando y estaba saliendo humo de la pared. Miró a Nancy y pudo verle las heridas que su semen le había causado. Le había quemado las manos, el brazo y la pierna, debía tener un semen corrosivo ahora.

Ella lloraba y él intentaba consolarla. Tenía las heridas en carne viva. Decidieron ir al hospital por primera vez, pero solo para atender a Nancy y alegando que las quemaduras habían sido causadas por aceite hirviendo. Se sorprendieron cuando el médico les dijo que no, que era imposible que tales quemaduras hubiesen sido provocadas por aceite hirviendo:

—Esto es sin duda algún tipo de ácido o veneno —citó textualmente el doctor.

Para las zonas íntimas usaron cremas hidratantes y cremas para quemaduras. No fue hasta más tarde cuando confesaron su problema.

Después de ese día nada volvió a ser lo mismo. Nancy estaba resentida por el instinto animal que había mostrado Roy no respetando sus deseos y, además, sabía que en cualquier momento volverían a sufrir tales dolores físicos y emocionales, pues ella lo amaba y lo quería para siempre a su lado, lo amaba tanto que ni siquiera le hacía falta acostarse con él, se conformaba con abrazarlo y dormir a su lado, se conformaba y lo prefería después de lo acontecido; pero él no estaría dispuesto, y ella lo sabía, lo conocía bien.

A Roy le cayó una bronca tremenda por parte de sus padres:

—Te tengo dicho que no fumes en la habitación —le dijo el padre—. Ahora vas a pagar tú la cama y todos los daños ocasionados. —Y así fue como Roy empezó a trabajar a la corta edad de quince años. Fue un año más tarde cuando le confesó a su madre el problema, su padre nunca supo nada.

El tiempo pasó y los chicos estuvieron una buena temporada sin hacerlo. Roy se quitaba las costras pajeándose y sentía un gran alivio. Se preguntaban por qué había ocurrido eso, cómo había podido pasar, era algo que les tenía minada la moral. Era una frustración no encontrar respuestas a sus preguntas, buscaron en todos los sitios habidos y por haber, fueron a médicos de todo tipo y a día de hoy seguían buscando, sin sacar nada en claro todavía. No lo habrían hecho más de veinte veces desde ese primer trágico día y habían pasado varios años desde la última vez. Y fue horrible, estuvieron más de ocho horas intentándolo con cubos de agua fría alrededor, paños mojados y bolsas llenas de cubitos de hielo: eran tácticas que habían ido adquiriendo con el tiempo, la experiencia es más que un grado cuando se trata de supervivencia, o de amor.

El caso es que no hubo manera de que Roy se corriera y acabó marchándose por la puerta a media noche en busca de algún puticlub, eso Nancy no lo sabía, solo lo imaginaba. Luego Roy volvió y nada volvió a ser lo mismo en ese sentido tampoco. Su relación se basaba en el amor verdadero, una madre no folla con su hijo, ni un político con el dinero, cierto es que algunos dueños sí que follan con sus perros, pero no porque los perros quieran.

Ellos pasaban la mayor parte del tiempo juntos, se cuidaban y se lo daban todo el uno al otro sin esperar nada a cambio; iban al cine, a cenar, a comprar, a pasear y vivían juntos desde hacía tres años. El problema era cuando veían películas en el sofá o estaban demasiado cerca. A Roy se le empalmaba y Nancy tenía que alejarse sin que él se diese cuenta.

Roy no estaba conforme, él quería algo más. Basta que un hombre no pueda hacer algo para que ansíe hacerlo con todas sus fuerzas, y por supuesto ese era el caso de Roy. A veces pensaba que era mejor que se le cayese la polla, que se le desintegrase dentro de Nancy, así no tendría esos dilemas mentales, no podría pasársele por la mente la idea de follar con ella, sin polla se acabaría el problema.

Roy podía darle placer a Nancy, pero ella a él no, así que ella tampoco se dejaba, mantenía una cierta distancia sexual y eso a Roy le incomodaba, le hacía dudar de su amor hacia él. Estaba empezando a tener muchos pensamientos contradictorios contra los que luchaba a diario, pero sobre todo pensaba en una cosa: tenía que follar con Nancy una vez más… aunque solo fuese una, volver a correrse con ella y volver a desmayarse… aunque le costara la polla.

Nancy lo había pillado varias noches masturbándose en su cara mientras le tocaba los pechos o el coño. Las primeras veces se había asustado y retrocedido, incluso habían llegado a discutir y luego cada uno a su habitación. Más tarde ella simplemente se hacía la dormida y dejaba que Roy satisficiera sus necesidades, hasta que le quemó el pelo un día que le saltaron chispas. Otra discusión más y cada uno a su cama.

Roy ahora era más comprensivo, lo intentaba, pero de manera más sutil, y cuando Nancy no quería hacerlo la abrazaba y le decía que no pasaba nada, que la quería. Era verdad, pero esto fue una buena estrategia, una estrategia fruto de una mente perversa y calculadora, pensó que si trataba a Nancy con más benevolencia conseguiría lo que quería, y así fue.

La noche del 24 de diciembre, después de la cena y del correspondiente brindis y un par de bailes, estaban borrachos en el sofá tomando unos cubalibres y se besaron. Nancy se dejó llevar, quizá fue la magia de la Navidad o quizá estaba cachonda sin más. El caso es que fue ella la que se subió encima de Roy para sorpresa del chico y empezó a frotarse con él. Roy se empezó a calentar, nunca mejor dicho, y le quitó el vestido a Nancy. Ella le quitó la camisa y los pantalones y se agachó. Le cogió la polla y le dio un pequeño lametón.

—Shhh —se escuchó al tocar su lengua con la polla. Se apartó rápidamente con la lengua entre los dientes y Roy pudo ver como salía humillo de su boca. La chica se acercó de nuevo y empezó a hacerle una paja, puso la cubitera del champán al lado e iba mojándose las manos y frotando a Roy con el hielo en los testículos mientras seguía masturbándole. Luego se metió un hielo en el coño y se subió encima de Roy:

—¡Ohhh! ¡Oh, Roy!
—Uf, no pares, nena, ufff.

Pero la nena tenía que parar cada dos por tres. El hielo se derretía dentro de su coño y el agua se convertía en vapor. Luego tenía que meterse otro hielo para contrarrestar el efecto. También tenía que darle unos tragos al cubalibre. A Roy le iba mejor la táctica del hielo que a ella. A él se la enfriaba, pero a ella el contraste del frío y el calor le causaba grandes estragos en el aparato reproductor. Después tendría quemaduras internas y tardaría meses en recuperarse, pero en esos momentos no lo pensaba, estaba demasiado borracha.

Roy se levantó y puso a Nancy a cuatro patas. La embestía cogiéndola del pelo fuertemente y solo paraba para meterle hielos en el coño. Cada vez que sacaba la polla se la veía más roja, y cada vez desprendía más calor. Estaban los dos sudando a chorros, Nancy iba tan borracha que no parecía darse cuenta, pero Roy toleraba mejor el alcohol y estaba empezando a marearse incluso; pero no podía parar, por fin Nancy se había abierto de piernas y la tenía ahí, toda para él, así que seguía dándole y sintiendo contracturas en el pene, y ella debía sentir algo parecido porque no paraban de entrarle espasmos y tembleques, pero no se quejaba. Roy siguió y se puso a temblar también y luego la sacó para correrse en la pared.
Cuando la sacó y se la fue a agarrar no había nada, solo aire. Cogió el aire que pasaba frente a su vello púbico añorando algo que había estado allí antes, pero que ya no estaba. Se corrió igualmente, salió un gran chorro disparado hacia la pared que se comió la pintura y la dejó en el hormigón, luego Roy sintió el mayor placer que había sentido nunca en su vida y probablemente que haya sentido nunca en cualquiera de sus vidas cualquier hombre y se desmayó.

Nancy, que ya se había corrido varias veces, pensó que por fin le había podido volver a dar placer a Roy y no había ido tan mal la cosa. Su sorpresa fue cuando se giró y vio a su novio desangrándose a una velocidad pasmosa por donde antes había tenido el pene. Ahora era un eunuco, un eunuco sin manguera dejando el sofá rojo.

Nancy no pudo soportar la imagen de ver a su novio así. Fue corriendo hacia la ventana, la abrió rápidamente y se tiró al vacío: era un quinto piso en la Avenida de América. La encontró una pareja que paseaba con gorros de Papá Noel por la otra acera: al escuchar el estruendo se acercaron.

Y allí estaba Nancy, despeinada y sin sujetador, con un hilillo rasgado por tanga y el chocho humeante. A Roy lo encontró después la policía, cuando entraron en su casa: estaba tirado en el salón, sin miembro y sin una gota de sangre. La expresión de su cara era de felicidad.