EL ELEGIDO

El elegido está en una sala insonorizada de blancas paredes, se hace llamar Cero, acaba de renacer. No espera nada y todos le esperan a él, dice que no irá a ninguna parte hasta que dejen de esperar. Le duelen los ojos, pero está tranquilo, no los necesita. Ya no espera nada, no tiene deseos. Ya no tiene miedo, no puede perder. Se ha pasado los treinta y tres niveles del juego. Ya creía en la magia, pero ahora es mago.

Los treinta y dos niveles anteriores eran una ilusión, ahora es programador. Su antiguo nombre, su identidad, todo el teatro montado alrededor, el holograma ficticio de las mentes parasitadas… no sirven de nada ahora. Ahora nada sirve de nada.

Todo había sido un sueño, una mala pesadilla; ahora se había despertado, transmutado, reencarnado. Aquella su otra vida había transcurrido en otra dimensión, en otro plano físico, cuadriculado y escueto; ahora podía ver el tejido del espacio con los ojos cerrados, ahora tenía una verdadera identidad. Sabía quién era y de dónde venía; también a dónde iba, Cero tiende a infinito.

Nunca dormía, solo descansaba cambiando de dimensión, estado de alerta constante; ahora estaba vivo, podía sentir; jamás iría a ninguna parte hasta que dejasen de esperar.

La gente fuera sigue esperándole, han oído hablar de él. El gobierno no lo oculta, lo expone en su sala blanca y lo enseña al mundo: un plato de algas y un vaso de agua, desnudo y desaliñado, con el pecho sin rasurar. ¿Quieres eso para ti? Adelante, fuera te estás perdiendo un mundo de lujo, algarabía y diversión; ni un vaso de vino le dan al pobre para bajar las algas.

Le llaman loco, hay miles como él, todos locos. Tiene la puerta abierta y no quiere salir. La gente entra a preguntarle cosas y algunos se quedan. Algunos de los que le llamaron loco acaban yendo y también se quedan. Él expande más y más la sala, un mago de los buenos. Cobardes miran desde lejos con recelo y grandes hombres de negocios pasan de largo, no tienen tiempo que perder, llegan tarde a algún sitio muy importante.

Cerebros con pautas fijas, claras y asentadas, programación celular: esto está bien y esto está mal, esto es así y esto no, ¡lo sabe todo el mundo! Parasitadores nocturnos de sueños se cuelan en las casas por la noche, el monstruo de debajo de la cama —niño, que viene el coco—.

Tres meses teniendo pesadillas te harán olvidar quién eres, nunca volverás a controlar tus sueños, a partir de ahora soñarás que vives. Desayuno, comida, merienda y cena, dosis de hormonas justas para el control físico, mente insana in corpore insano. Pasa por recepción, dosis fuerte para cerrar el tratamiento, paciente de alta con diez años, como máximo, antes de la adolescencia, si no puede ser peligroso.

Alerta naranja, progenitores en busca y captura, ese niño no llegará muy lejos —futuro indocumentado—, lo encontrarán en el monte comido por las ratas. Familia sin estructuras pautadas y fijas, delincuencia social, anarquismo anticapitalista. A la que robe un chorizo veintisiete años de cárcel, que vaya con ojo.

Emisores y receptores de frecuencias cada kilómetro, ¿se oye un pitido en la radio? Son las neuronas del pueblo llorando —antenas por todas partes y humos nocivos—, el antenista cree que hace un bien a la comunidad, se siente realizado, pero no es feliz: sus padres querían que fuera antenista y lo ha conseguido; pero en los tejados huele raro. Al dueño de las antenas lo ha visto dos veces, estará en el Caribe.

Picadores de antracita se jubilan a los cuarenta, no llegan a los cincuenta, ni falta que hace. Aparta y siguiente, un pico y una jaula con un canario a los dieciséis; veinticinco en el ascensor. Sacrificio de pájaros para marcar los tiempos, el tiempo es oro cuando existe, los pájaros no son nada. Al dueño de la antracita no se le ha visto nunca, solo en la foto del cuadro de la oficina, de al lado de la bandera.

Unos pocos nacen lejos —punto de mira, marcaje de cerca—, diagnóstico cercano con agravamiento y algunos síntomas diferentes, medicación variada, cada doce horas y veinticuatro, ingreso hospitalario si hay riesgo de fuga. Enfermedad nueva si no existe aún, síndrome de Frank. Medicación nueva, estamos en pruebas.

Metan al sujeto en la jaula de nuevo, por favor, o en la caja, pero que no se pierda, puede contagiar a muchos. No tiene cura el síndrome de Frank, pero podemos frenarlo. Hay que empezar ya con el tratamiento, aún estamos a tiempo, todavía no ha entrado en la adolescencia. Vendan la casa y los coches y empiecen fuerte con las horas extra, podremos frenarlo. Noches en vela y sudores fríos, gripes y fiebres estomacales, monstruos son vistos de día debajo de las camas, defensas bajas, delirios graves. Frank iba a ser el nuevo Jesucristo, pero ahora no puede ir solo al baño.

Cirujanos jefes en los paritorios son miembros del gobierno: obligan a enfermeras a suministrar a los niños dosis de subliminicilina; a los perdidos dos; a Frank ponle cinco.

Listado correcto del control de población, índices de natalidad, mortalidad y adecuación correctos. De vez en cuando suben o bajan los índices y hay que equilibrarlos, existen varios métodos, el más fácil de controlar es el de la adecuación, es una constante bien establecida. No se preocupan demasiado de ello, está por todas partes; se estableció en su día y se destruyeron las bases antiguas, hoy por hoy se adecuan solos: eran los otros índices los que había que controlar.

Inyecciones programadas de muerte súbita actúan en consecuencia, veinticuatro horas, setenta y dos, un mes, dos… con un máximo de un año. El récord lo batió un niño afroamericano que murió a los catorce meses.

Envenenamiento de la red de agua potable, mercurio y plomo, partículas invasoras del cerebro, garrapatas comedoras de neuronas que se pegan en las paredes del cráneo. Acceso restringido en las plantas de embotellamiento del agua pura de los manantiales, hombres con mascarilla vierten frascos de líquidos de colores en los tanques de agua y el agua llora y se retuerce, transmuta en veneno y contamina a la población.

Se ha hundido un barco de Greenpeace que iba para Mauritania cargado de preservativos: un fallo humano, un fallo humano desde hace muchas generaciones; organizaciones gubernamentales lo solucionan, hacen llegar millones de preservativos a varios destinos de África, algunos vienen pinchados: un fallo de fábrica, un fallo de las fábricas desde hace generaciones.

Obsolescencia programada en humanos, prácticas con bebés, cáncer de páncreas con veintisiete años, fallo de próstata a los catorce, insuficiencia renal a los treinta y dos, neurosis obsesiva en el ochenta por ciento de la población; esto ayuda al control de la adecuación, la neurosis es amiga del miedo.

Algunos valientes son metidos en cárceles o asesinados, el cementerio está lleno de ellos. El cirujano y sus chicas cada vez tienen más trabajo, cada vez nacen más niños perdidos; necesitan más subliminicilina, se extrae del cerebro de un reprimido; los reprimidos son hombres y mujeres secuestrados y expuestos a tortura psíquica, algunos acaban siendo cobayas de laboratorio, otros no sirven, se precisa de gente sana. Las listas de desaparecidos aumentan en los países desarrollados, se acaban los negritos, pinchad más condones.

Seleccionadores de psicópatas escogen retroalimentadores de masas —la psicopatía es contagiosa—; crean asesinos que hagan el trabajo sucio, equilibradores de balanzas.

No puede haber poca gente en la rueda porque no gira, ni demasiada, porque se rompe. Ingenieros sociales planifican la civilización a cincuenta años vista, algunos cálculos salen mal. Nuevos partidos políticos y nuevos avances tecnológicos para cuadrar los cálculos: siguen sin cuadrar en algunas urbes, se han escapado demasiados perdidos.

Revolución de masas, ingenieros mancos, última carta en la mesa, ¿vas a romper la baraja? Alguno la rompe y acaba en el cementerio, los demás suben a la rueda y siguen girando.

El mecanismo perfecto de la traición ilusoria, soñar que sueñas para otro señor, sentir que sientes ese no soy yo, seguir girando para no llegar nunca: la rueda es redonda.

Engaño y manipulación mediática, control de la adecuación a través del avance tecnológico, nuevos aparatos mentirosos y espías. El presidente ha ido a ver a los afectados por el desastre que él mismo provocó, quiere una foto para el recuerdo: la cara del pueblo es de tristeza —está haciendo las cosas bien—. Quiere liberar a un país implantando allí su industria porque su pueblo se está muriendo de hambre, pero el tirano dictador y su látigo de esparto no se lo permiten. Disfruta viendo morir a la gente de hambre y nadie le ha votado: lo dicen todas las televisiones, no puede no ser cierto.

Nuevos grupos terroristas y amenaza constante de tercera guerra mundial, que reine el pánico, camaradas; perro en jaula no muerde.

Vacunas con inhibidores de los sentidos más profundos, anestesia celular. Niños en filas en los pasillos de las escuelas, enfermeras ancianas y sudorosas hacen el trabajo sucio, un pinchazo y otro más, tacha a ese niño de la lista. Hay tres perdidos que no han venido hoy a la escuela, volveremos otro día.

Veneno en pequeños vasitos de plástico, si os lo tragáis no pasa nada. El profesor no toma, algunos niños tampoco, han traído justificantes de sus padres, apúntelos en la lista.

Profesores de educación física contaminan bebidas isotónicas con litio y dan de beber a sus mejores alumnos, dos de ellos no tomaban flúor, bórrelos de la lista.

Futuras promesas del Real Madrid acaban siendo carne de cañón —delincuencia organizada y drogadicción juvenil—.

—Yo de pequeño era bueno jugando al fútbol —le dice al compañero de celda; ahora es el pichichi del patio de la prisión.

Otros grupos son apartados y discriminados: cojos, obesos, torpes y vagos; les pondrán un cinco a final de año, pero el profesor les recuerda cada día que están suspendidos.

Futuros genios de la programación informática, les da lo mismo la educación física; el profesor es un cuarentón en chándal, le tira los tejos a las adolescentes y le sube la autoestima.

El profesor de dibujo expulsó a Picasso por hacer garabatos: rígete a las normas —lápiz fino, regla y compás—; dibujo en dos dimensiones, líneas de corte.

El profesor de música expulsó a Camarón por dejarse en casa la flauta travesera; se fue cantando por los pasillos mientras sonaba de fondo la banda sonora de Titanic; Leonardo DiCaprio hubiese entrado en calor.

Genios se sienten presos en esas cárceles y no pueden soportarlo, empiezan a faltar a clase cuando llega la adolescencia, fuera el mundo es más interesante; en las listas de primero de secundaria quedan varios nombres sin tachar de la lista, algunos perdidos siempre se escapan; pero esos no son los peores, los peores son los que se quedan siendo indomables.

Trabajo duro para el profesor de música cuando Camarón empieza a traerse la flauta. El profesor de historia ha cogido la baja, demasiadas pruebas fehacientes que contradicen al libro. Los alumnos han prendido fuego al aula y se vende crack en el recreo, algunos camellos se sacan el título y se van, otros ya se han hecho ricos fuera, otros han muerto; algunos siguen visitando a aquellas entrañables enfermeras y al profesor de historia.

Picasso ya ha vendido algunos cuadros cuando empieza el bachiller.

Pegacarteles y cuelgapancartas se creen los eslogans de tanto leerlos y los repiten en público, llevan altavoces acoplados en la espalda; megafonistas del partido buscan el voto de los ancianos y yonquis de corbata y hermosas caras reparten panfletos a favor de las drogas en las puertas de los colegios, los acompañan señoritas rubias de medidas perfectas.

Dentro de clase te hacen tirar los panfletos y las drogas que promueve el gobierno no puedes probarlas hasta los dieciocho: órdenes del profesor; pasada la adolescencia entra en escena la segunda fase del tratamiento: saborea la libertad, siéntete libre un poco, siente que dominas tu vida y que es tuya. Tratamiento de choque opuesto a la cordura, ríe, que te queda mucho por llorar. Si lloras tarde has perdido, se te caerán los ojos.

El hombre ermitaño se perdió hace unos años en el bosque, no sabe cuántos años, ya no mide el tiempo por días, sino por las épocas de lluvia; se le han endurecido las uñas y las plantas de los pies, le han salido escamas y resiste mejor el frío, está evolucionando, se alimenta de bayas, de plantas y del sol; de vez en cuando pide permiso a un bicho para comérselo, después le da las gracias y le pide perdón; puede ver el viento soplar y siente la tierra latir; el viento es de un color gris suave; puede advertir el peligro, alerta felina, instinto animal. Si va a haber un terremoto lo verás emigrando con las cabras siete días antes: corre tú también; no tiene apego a ningún cacho de bosque, le gusta más un sitio siempre que el anterior. Cada noche, antes de dormir, contempla las estrellas: en el bosque puede apreciarse el refulgir de los cielos con más intensidad. Está a punto de dormirse cuando Alnilam, la estrella de en medio del cinturón de Orión, arranca y se marcha a gran velocidad hasta desaparecer, dejando así solas a sus hermanas; lo mismo cada noche.

Si el ermitaño no mira, Alnilam no se va —otros hombres pueden contemplar las tres estrellas desde otros puntos del planeta—. Cuando el ermitaño mira millones de años de unidad acaban con aquel punto blanco desapareciendo en el horizonte; deja el plano con dos estrellas y a la noche siguiente está de nuevo entre sus hermanas; al ermitaño no le asombra, está acostumbrado a que las estrellas cambien sus posiciones.

Cero empieza a pintar la sala con tonos azules, al público le gusta, contemplan atónitos el espectáculo; un hombre le ha dicho que hay un ermitaño en medio del bosque que puede controlar los cielos con la mente, Cero dice que es su hermano, pero que no lo conoce. Sigue pintando la sala, un gran sol en el techo y tonos grises rodeándolo. Nadie le ayuda, no tienen pintura, él no puede prestárselas. A ellos les gustaría pintar, algunos han conseguido pintura, pero les da miedo; de momento contemplan al hombre que pinta, creen que mañana podrán pintar ellos.

Cero ya ha pintado los mares y los bosques y está acabando el pico de las montañas, pronto ellos estarán más cómodos, pero no sabrán pintar. Algunos hombres siguen sintiéndose oprimidos en la pequeña sala blanca y son parte del grupo, cada uno sigue su proceso para un bien común.

La tierra ha temblado y el ermitaño ha emigrado al norte, junto a los lobos; es época de nieves: debe ir con cuidado. Allí vive el hombre de las nieves, un señor que calza un cincuenta y tres y se alimenta de nieve: es pacífico, pero territorial, lleva muchos años viviendo allí sin que nadie le moleste.

La prioridad del ermitaño ahora es construir una cabaña y tener leña seca, el alimento puede esperar; todo está mojado, antes de la época de nieves fue la época de lluvias; hace mucho tiempo que el canto de los pájaros no se escucha por allí. Los lobos se acurrucan junto al ermitaño por la noche para darle calor, temen que pueda morir de frío; a la mañana siguiente un paseo al sol para cargar energías.

Defensas bajas, hombre débil moribundo; un lobo le acerca un hueso de alce, las sobras del festín; el hombre lo chupa y prosigue su camino, no hay un palmo de leña seca en todo el bosque, ahora busca una cueva por la ladera de la montaña; al otro lado una tuneladora está perforando el terreno para que pase el tren, la broca está a punto de llegar al corazón de la montaña.

Cuadrillas de rudos obreros en tirantes, capitaneados por capataces barrigones con abrigos de piel de ciervo. Diez grados bajo cero, el que no se bebe un litro de vino al día al tercero pide la cuenta. Fetor enólico entre los raíles, guantes que se quedan pegados a los hierros del encofrado, llagas en la cara y grietas en el corazón; destruir la montaña destruye al destructor.

Relojes cada cinco metros, unas horas en rojo y otras en negro, las negras son de descanso; las negras se pueden volver rojas, pero nunca al revés.

Maquinaria pesada y trabajo día y noche, un locutor retransmite la obra desde su cabina, se escucha dos pueblos más allá, elogia a los más trabajadores y amenaza con despedir a los vagos; los más trabajadores trabajan aún más duro sin obtener recompensa, la recompensa es la palabra. Los más vagos se vienen abajo; algunos bajan el ritmo y otros cometen errores al intentar correr: se ha caído una vagoneta encima del capataz más gordo —siete años de cárcel para el supervisor jefe—, el obrero acaba despedido y encuentra así el sentido a su vida; el supervisor encuentra sentido a la suya entre rejas: el capataz fue el más rápido. Jeroglíficos siberianos y pinturas rupestres —el último hombre en llegar a la cueva, enterrado bajo la nieve—, se asoma un fémur entre la escarcha.

Pisadas de un cincuenta y tres, el hombre de las nieves ha estado por allí: restos de brasas y leña seca, estalagmitas rotas, una pata de mamut conservada por la nieve.

El ermitaño buscaba refugio y ahora tiene también alimento, lo guardará para otra ocasión, ahora no tiene hambre; enciende el fuego y se relaja, el viento sopla y la tierra tiembla, va a haber otro terremoto. Él observa el fuego impasible mientras lobos, ciervos y alces corren ladera abajo, está cansado, ya no tiene fuerzas para seguir, le tiemblan las piernas y está a punto de desmayarse, necesita calor, ha sido un duro trabajo llegar hasta allí, el fuego será su sueño onírico y el guardián de su alma: necesita dormir, una última vez.

La tuneladora ha llegado al corazón de la montaña, cuarenta y dos horas y siete gramos de cocaína después el maquinista ha conseguido el objetivo marcado, puede irse a casa con diez de los grandes, la cocaína ha costado siete. Tomará el relevo el compañero, relevan bolsas también, van a medias. Colocaraíles y cementadores van siguiendo a la tuneladora de cerca, cargados con tablas y hierros, capazos y sacos; cirujanos de montañas, amantes del verde de los papeles que salen del bosque.

El relevo del maquinista arrastra la pata de mamut y desentierra al penúltimo hombre en llegar a la cueva, no hay rastro del último y siempre se pensará que el último fue aquel; le harán la autopsia y saldrá en todos los informativos.

Todavía quedan brasas en la hoguera y saltan chispas al paso de la tuneladora, ya se ve luz al final del túnel, esta vez sobrará cocaína, algo inédito. Solo quedan algunos remates y unas cuantas grapas más en la montaña y el tren podrá contaminar con sus humos los bosques.

Cero ha construido un puente levadizo y un enano eunuco lo ha bajado. Puedes pasar, la sala es ya casi tan grande como el planeta y Cero le ha dado forma geoide. Todas las enfermeras son rubias y tienen los ojos azules.

—No se te exige nada aquí, puedes hacer lo que gustes: pintar, escribir, construir… pero no tienes por qué hacerlo si no quieres. Siéntate y espera, ahora te reiniciaremos.

Otros esperan en la sala con grapas alrededor de la cabeza y la baba colgando, llevan un gotero de elixir azul, se han resistido al reinicio.

—Ahora son libres, de todas formas; les hemos extraído el cerebro, están en la regenedora, luego los reinsertaremos. Adelante, nuevo, el último fue un ermitaño, se parecía a ti.

Sala luminosa de espejos rotos, el sujeto no acierta a verse entero.

—Despójese de su ropa y póngase cómodo, esto puede llevar mucho tiempo.

Se le coloca un casco y se tumba en la camilla; una pantalla en el techo es lo único oscuro de la sala: está apagada.

Demasiada luz reflejada por los espejos: se están rompiendo. Millones de pequeños cristales inundan el suelo y se enciende la pantalla, comienza a pasar la vida del sujeto en diapositivas: nacimiento, luz y color, amor y vida, dulce líquido del útero materno, olor a nuevo; corte de la cuerda y encarcelamiento: barrotes y grilletes, oscuridad y psicosis, miedo, angustia y desesperación; túnel oscuro de espiral extensible, cada vez crece más el túnel, cada vez quiere correr más y el desconsuelo aumenta; atrapado… atrapado para siempre.

Primeros impulsos electromagnéticos, sudores fríos, calambres cerebrales —desmayo y náuseas—, percepción difusa de la realidad, el sujeto confunde los sueños con la vida, está reaccionando bien.

Momentos cruciales, la visión del sujeto está cambiando; control de la respiración, pulso correcto, asimilación y calma: el sujeto se ha cansado y el túnel no cesa de expandirse —jamás llegará a su destino—.

Rendición y aceptación, cambio de destino, ya ha llegado: en el túnel crecen las flores y los pájaros vienen a cantarle —despedida antes de su muerte—.

El sujeto es consciente de estar despierto después de mucho tiempo: dolor agudo, cuerpo en descomposición, olor a pútrido; se huele el hombro y es él, se está muriendo.

Dolor de corazón, de cabeza, desmayo mortal inevitable, segundos eternos, el pánico se apodera del individuo hasta que llega la muerte a salvarle. Ve llegar, con los ojos entrecerrados, una sombra oscura: los cristales se juntan de nuevo y los espejos empiezan a recomponerse.

Explosión de luz y vacío de los elementos, la pantalla y los espejos han desaparecido, la sala ha desaparecido, ha desaparecido todo.

Está en una nueva y pequeña sala de blancas paredes —acaba de renacer—: su nombre es Cero.