PINTALABIOS

Sindy bajaba por la avenida de vuelta al coche con su nueva mascota: un cachorrito de perro que había comprado en la tienda de animales. Le habían sugerido ir a la perrera, pero no quería llenarse de pulgas su nuevo abrigo de visón, además, las cuestas de la perrera bien podrían romperle un tacón del zapato. Se decidió por comprar un cachorrito en el centro, ¿qué eran 600 dólares para ella?

Sindy tenía treinta y cinco años y era ejecutiva, vivía sola y estaba soltera desde los treinta. Se sentía muy sola y llevaba tiempo dándole vueltas a lo del cachorro; era una responsabilidad más en su ajetreada vida, pero se vería recompensada.

Había comprado el perro, un collar, juguetes, un hueso y comida, y bajaba cargada por la avenida con el cachorro en brazos y las bolsas. La gente le silbaba, unos le decían cosas a ella, otros al perro, pero nadie le echaba una mano; todo eran risas, circo y espectáculo. Cada vez le daban más asco los hombres, por eso estaba soltera, y cada día querría más a su perro. Cruzó una mirada con él entre tanta hostilidad y lo sintió al momento, ya lo quería más que al salir de la tienda.

Llegaron al coche y pusieron rumbo a casa, lejos de miradas hostiles y piropos incómodos. Sindy llegó y metió el coche en el garaje. Era una casa de planta baja, con dos pisos y garaje comunicante, jardín delante y detrás, piscina y una zona de chill out. Dentro muebles modernos, chimenea, un piano de cola, suelo de parqué y columnas de mármol.

Dejó las bolsas en los sofás y le enseñó al animal su nuevo hogar: la cocina, la mesa donde comerían; el baño, la bañera de hidromasaje donde se bañarían; el dormitorio, y la cama donde dormirían. Lo llenaría de lujos y amor, sería lo que más querría de este mundo. Llevaba al animal en brazos por toda la casa y este la miraba desubicado, había salido de la jaula de la tienda de mascotas y estaba recibiendo demasiados estímulos. Finalmente le preparó unas mantas y lo dejó en el sofá mientras sacaba todo lo de las bolsas y le disponía sus cosas. Esparció juguetes por todo el salón y la habitación, le puso agua y comida de lata en un cuenco y fue al sofá a ponerle el collar: era un collar de perlas de 150 dólares. El animal seguía sin entender lo que estaba pasando, ella lo abrazaba y le daba besos, él tenía cara de asustado.

Después de agobiar un rato al animal le hizo un biberón de leche en polvo, la había comprado previamente en la farmacia. Cogió en brazos al cachorro y se lo puso entre las piernas para meterle el biberón en la boca, este, bebió desesperado. Clavaba sus colmillos en el biberón y bebía deprisa, por momentos se ahogaba ya que estaba bocabajo. Estornudaba y volvía a beber y se volvía a ahogar; así se acabó el biberón. Luego estuvo un rato allí soportando caricias y besos hasta que vomitó: una bocanada blanca de leche mezclada con bilis cayó en las piernas de Sindy.

—¡Oh! Pero qué cosa tan bonita… ¿Te ha sentado mal el bibe, chiquitín? —El perro quería huir, necesitaba espacio, libertad; no supo hasta más tarde que se la habían robado aquel día en la tienda de mascotas.

Estuvo todo el día encima del animal y esa noche durmieron juntos, lo metió en la cama y lo tapó con la manta.

—Sabes, chiquitín, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo —le decía acariciándole la cara. El animal tenía cara de querer volver a la jaula de la tienda de mascotas—. Te voy a llamar Puppy, serás el cachorrito de mis amores.

El perro no sabe defenderse, han pasado demasiado tiempo domesticados entre los humanos y la mente colectiva canina ha salido perjudicada, ya no son los lobos reyes de manadas que un día fueron. El cachorro de perro se limitaba a obedecer órdenes; otro animal elegiría su nombre, su sitio para comer y para hacer sus necesidades y todo aquello que se propusiera. Pero Puppy no haría eso: el destino de aquel animal había sido firmado ese día por el propietario de la tienda de mascotas.

Ella lo acariciaba y él parecía relajarse, patas arriba, dejándose hacer… ella rascaba ahora su barriga. Para ser un cachorro era bastante grande, era de raza Mastín inglés. Tenía la cara arrugada y unas grandes fauces. Durmieron juntos toda la noche y a la mañana siguiente le preparó su biberón, se puso al cachorro en sus pechos y se lo dio. Luego le puso la correa y salieron a pasear.

Hacía un día espléndido. El animal estaba eufórico, por fin sentía algo de libertad. Olisqueaba todo lo que veía y caminaba moviendo la cola, a Sindy eso le llenó el corazón de alegría. Dieron un gran paseo hasta llegar al parque, allí había hierba donde jugar y revolcarse. Pero también había muchos perros, Sindy no contaba con eso, su chiquitín era pequeño todavía y podrían hacerle daño; jamás se lo perdonaría, cogería al dueño del otro perro de los testículos y se los reventaría apretando. Decidió llevarlo atado y permanecer alerta.

Se acercaron algunos perros y algunos dueños pacíficos, eso a Sindy le tranquilizó. También se acercó alguno intentando ligar con ella, pero el problema vino cuando se acercó una mujer con una perra marrón.

—¿Qué es, macho o hembra? —preguntó la mujer.

—Macho —contestó Sindy.

—¡Ah! Vale, porque la mía es hembra.

—¿Quééé? Quita a esa sucia perra de ahí, que no se acerque a mi Puppy.

—¿Cómo dices?

—Lo que oyes, zorra. Quita de ahí a esa sucia rata.

La mujer cogió a la perra en brazos y se fue llorando. Dejaron allí a Sindy enfurecida y agarrando al perro del collar; él tenía la lengua fuera, y como era habitual, no comprendía lo que estaba pasando; ella también tenía la lengua fuera.

Llegaron a casa y Sindy lo metió a la bañera. El perro estaba asustado e intentaba buscar una escapatoria como fuese, pero Sindy estaba en medio y la puerta del baño cerrada. Había toallas por el suelo y Sindy estaba con el albornoz puesto y una esponja en la mano. Abrió el grifo para regular la temperatura con el perro metido en la bañera, no había huida posible. El perro tenía miedo a lo desconocido, no sabía todavía lo que era un baño.

—Esa sucia perra pulgosa se te ha acercado y no voy a permitirlo, ¿entiendes? No voy a permitirlo —le decía mientras lo empapaba de jabón y le frotaba la espalda. El perro cerraba los ojos y agachaba la cabeza. Luego lo cogió del cuello y le puso la esponja en la cara—. Y como te intentes ir alguna vez con alguna perra o te vea montado encima de alguna te ahogo, ¿entiendes? Te ahogo. Tú eres mi cachorrito y eres para mí y solo para mí.Paró de ahogarlo cuando el animal empezó a toser; tenía los ojos rojos y la cabeza gacha.

Apagó el agua y lo sacó de la ducha para secarlo con una de las toallas.

—Pero si te portas bien, mami será buena contigo y no te faltará de nada, ¿vale? —Lo que siempre le faltaría sería libertad, estaba empezando a comprender: le había tocado una dueña trastornada.

Sindy hizo la comida para los dos: carne con patatas. Puso dos platos para que el perro también comiese y así fue, le duró diez segundos el plato de carne, seguía relamiéndolo mientras ella miraba asombrada con el tenedor en la mano y un cacho de carne pinchado en él. Le puso otro plato y le duró otros diez segundos. Ella no se había acabado aún el primer plato cuando el animal ya llevaba cuatro.

—Ya no hay más, mi chiquitín, luego te doy el postre —El animal tampoco tenía pinta de querer más, parecía más bien encontrarse mal, el último plato ni siquiera lo había rebañado.

Bajó de la mesa con dificultades y al bajar de la silla al suelo tropezó y se chocó con la pata de la mesa, luego caminó dando tumbos hacia fuera de la cocina.

—¿A dónde vas, chiquitín?

Iba a vomitar. Poco después de perderlo de vista empezó a escuchar ruidos raros, eran las arcadas del perro; cuando llegó estaba ahogándose en su vómito. Lo cogió del collar y lo llevó al sofá, el perro seguía vomitando por los aires. Después limpió el vómito y fue al sofá con él. Estaba allí acurrucado en una esquina, hecho una pelota.

Estuvo toda la tarde con él en el sofá, rascándolo y acariciándole la barriga: al animal parecía gustarle. Les dio la hora de cenar viendo la televisión, Sindy se preparó una ensalada y el perro se quedó en el sofá, después volvió para cogerlo y llevarlo con ella a la cama. El perro parecía estar mejor.

—Hoy te has portado mal, no quiero que te acerques a las otras perritas, tú eres solo para mí, ¿vale? Tienes que prometérmelo, yo te daré todo lo que necesitas —le decía mientras le acariciaba los testículos; el perro parecía relajado. Le acarició un rato hasta que asomó un poco la punta de aquel pequeño pintalabios rojo.

—¡Ay!, mi pintalabios —dijo antes de agacharse a chuparlo. El pintalabios creció y estuvo ahí agachada chupando un buen rato mientras se tocaba y gemía, Puppy no parecía tener queja.

Estuvo toda la noche chupándosela y masturbándose.

—Todavía eres chiquitito y no puedes follarme, pero pronto me cabalgarás como la perra que soy —le decía mientras se la chupaba; el perro también chupaba su mano.

—!Oh! ¡Sí! Iré a por mermelada. —El animal, sin saberlo, le había dado una gran idea a Sindy. Fue a la cocina y volvió con nata montada, no tenía mermelada. Se la puso en el coño y acercó al perro hasta su coño, pero a este no parecía gustarle, apartaba la cabeza.

—¿Qué diablos te pasa? ¡Cómeme el coño, jodido perro! —Sindy cogió la cabeza del animal y la puso entre sus piernas, luego apretó con fuerza...

Se corrió de nuevo y por última vez, estaba demasiado cansada. El perro quería salir de la habitación, pero Sindy cerró la puerta; quería bajar de la cama, pero Sindy lo había atado con la correa al cabezal; estaba obligado a dormir con ella.

—Te quiero, Puppy, te quiero tanto…

Sindy soñó con Puppy y se despertó mojada. En toda la mañana no salieron de la habitación, se la estuvo chupando y masturbándose hasta que el perro le mordió. Era un bocado de advertencia, pero el primero que recibía de su parte. Pronto se dio cuenta de que tenía motivos: su pene, su pintalabios… estaba en carne viva.

—¡No!, ¡mi pintalabios!

Eligió un modelito del armario y sacó su kit de maquillaje, jamás salía de casa sin maquillar. Se fue al baño y se pintó los ojos y los labios, las pestañas y las mejillas. Después cogió al perro en brazos y salió hacia el garaje; el perro emitía pequeños alaridos a causa del dolor. Lo subió al coche de copiloto y emprendieron la marcha hacia el veterinario.

Había otra mujer con un perro en el veterinario, le tocaba a ella primero. Sindy le dijo que era muy urgente y se coló en la sala sin llamar a la puerta, a la señora no le dio tiempo a replicar. Abrió sigilosamente, el doctor estaba mirando algo en el ordenador, cuando se dio cuenta ya estaban dentro.

—Ups, Terry, ¿verdad? Adelante, adelante.

—No, doctor, Puppy. Es que verá… es muy urgente. Por eso la otra chica me ha dejado pasar, mire cómo tiene el pintalabios —Sindy estaba muy nerviosa.

—El pintalabios… —El hombre se ruborizó y arrugó un poco la cara —, a ver, veamos.

Se puso unos guantes de látex y echó un vistazo.

—¡Uf! Sí que lo tiene bastante irritado; qué raro… ¿Ha estado con alguna perrilla?

—Sí, conmigo.

—¿Cómo dice?

—En mi casa, quiero decir.

—¡Ah! ¿Tiene usted otra perra en casa?

—¿A qué viene tanta pregunta? ¡Arréglele esa cosa que para eso le pago!

El hombre se sobresaltó, pensó que nunca había estado en una situación similar, no sabía reaccionar, no comprendía nada: ¿qué le pasaba a aquella mujer?, ¿y qué tratamiento había para el pito de un perro? Tendría que consultar el manual, se quitó los guantes y fue a sentarse al ordenador.

—¿Es que no va a hacer nada? —La mujer estaba impaciente.

—Sí, sí. Voy a recetarle antibiótico.

—¿Antibiótico? ¿Y cuándo estará operativo otra vez?

—¿Operativo para qué?

—¿Para qué va a ser? Ya sabe… para volver a usar eso.

—¿Pero este perro tan pequeño está procreando?

—¡Uf! Sí, como un animal.

El veterinario no daba crédito, recetó un antibiótico a Puppy y se tomó otros diez minutos para asimilarlo antes de atender a Terry. No consiguió asimilar nada, pero la dueña de Terry también estaba impaciente.

Ya en casa Sindy curaba el pintalabios de Puppy con yodo, le había dicho el veterinario que le iría bien.

—Tendré que darte un baño antes de dormir, no querrás que mamá se manche los labios, ¿verdad que no, Chiquitín?, —le decía mientras le daba besos.

El perro intuía su devenir: una vida de explotación sexual con un ser de otra especie. Jamás cataría un auténtico coño de Cocker spaniel; jamás rozarían sus pelvis esas orejotas mientras embestía por detrás a la perra de rabo corto; perra de rabo corto preparada para el coito anal, pobre Puppy.

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